Al
iniciar estas líneas sobre la retrospectiva de la obra pictórica
de Alberto Pérez no se puede dejar de destacar a la persona, porque
en él se conjugaban indisolublemente el artista y el hombre de
reflexión y de acción.
Esta
muestra tiene lugar en un tiempo lleno de recuerdos y conmemoraciones,
ya que coincidiendo casi en un mismo momento el aniversario de los 30
años del golpe militar y los temas de la producción del
artista desde el setenta y tres a los noventa. Llevada a cabo entre
el 1 de julio y el 31 de agosto del presente en el Museo Nacional de
Bellas Artes de Santiago, ha sido una exposición que reunió
lo más significativo de su creación visual. El conjunto
de obras, casi sesenta en total, ha tenido el privilegio de permanecer
dos meses en el más importante museo de la capital.
Alberto
Pérez, historiador del Arte, poeta, ensayista, profesor universitario,
hombre de vida política intensa y comprometida, quizás
en vida no imaginó la posibilidad de esta retrospectiva ya que
no se consideraba con talento creativo en la plástica. Estudiante
de Filosofía y Letras en el Instituto Pedagógico entre
los años 1948-52, incursionó también en el canto
lírico. Sus estudios de artes visuales con el profesor Thomas
Roessner fueron cortos por lo que era casi un autodidacta.
En
la exhibición se consideraron los primeros años (fines
de los 40) hasta los 90, seleccionándose obras de diversas etapas
que varían desde los períodos figurativo- místico,
pasando por los años del grupo Signo hasta llegar
a nuevos momentos de la figuración de los años 80 a los
90.
Sus
inicios están representados en varios retratos de entre los que
destacan dos autorretratos y otros en que la modelo representada es
su primera esposa. En ellos apreciamos una pincelada rápida y
segura y una pasta pictórica densa. Algunos de los críticos
de esos primeros tiempos comparaban la atmósfera de sus creaciones
con la del artista de la Generación de 1913 Arturo Gordon. Paralelamente
sus preocupaciones místicas surgieron en la figura de Cristo
y su Pasión, en ellas las armonías cromáticas son
sordas, los espacios herméticos, a veces apenas una luz estalla
en los fondos.
La
realización de un doctorado en Historia del Arte en la Universidad
Central de Madrid por dos años y estudios de un año de
Historia del Arte en Londres, van generando notables cambios en su quehacer
plástico. Durante ese tiempo expuso en Hampstead (Londres) y
en Aix-en -Provence (Francia). Al regresar a Chile se puede apreciar
mayor madurez en su trabajo pictórico que se muestra más
estructurado. La geometría de las formas se expresa en algunos
de los paisajes realizados en España y en otros cordilleranos
de El Arrayán donde vivía. Aún permanece en ellos
la realidad visible reinterpretando el paisaje en una especie de trama
a través de un juego cromático. La forma se articula en
una modulación de tonos y colores, como ocurre en Un pueblo español.
Sin duda alguna en ella se hacen presente las lecciones de Cezanne,
maestro al cual admiró en Europa.
El
paso siguiente será Signo; la estructura racional
da paso a la emoción y al gesto. Su encuentro con los informalistas
españoles provoca la identificación con el hacer frente
a la materia y su propia expresión, se liberan las pulsiones
que generan formas a través de las cuales su interioridad se
manifiesta. Situaciones personales ocurridas por esos años lo
inclinan a la reflexión de orden metafísica; le preocupa
el ser humano en reclusión e incomunicado, le angustia el paso
del tiempo. Encuentra medios técnicos nuevos para expresarse:
ya no es la sugerencia geométrica de la forma, es la riqueza
que proporciona trabajar con diversidad de materiales y las posibilidades
expresivas de ellos.
En
la serie Tiempo y muro- llamada también Péndulos por su
autor, utiliza el soporte de la tela para desarrollar la expresión
gestual ampliamente en que el péndulo del tiempo
golpea el muro de la piel de la vida desgastándola
en forma implacable. A la dinámica gestual se une la riqueza
matérica que se ofrece voluminosa, generosa y densa. La materia
no se encuentra colocada al azar en el espacio plástico, existe
la textura de unos blue jeans collés junto a un chorreado
en que se adivina el gesto de la mano y el brazo en un ritmo dinámico.
Aparte
de compartir con los integrantes de Signo una gran amistad,
les unieron también las inquietudes sociales que tuvieron para
ellos un sentido vital. Tal como lo plantea el propio Alberto cuando
expresa: El encuentro real, profundo del grupo Signo, se da en
el esfuerzo común por encontrar un sentido concreto y necesario
del quehacer universitario, al plantear la urgencia de una relación
entre profesores y alumnos que diera comienzo a una tarea común
en la conquista del saber y el arte, que encontrara, en la comunidad
toda, una resonancia también creadora1
El
grupo en el que participan José Balmes, Gracia Barrios, Eduardo
Bonati y Pérez es invitado a exponer en Madrid y Barcelona donde
obtienen excelentes críticas. Pronto los cuatro serán
también invitados a París a una exposición de Artistas
latinoamericanos, entre los que además figuraban nombres como
los de Rufino Tamayo, Carlos Cruz Diez, Julio Le- Parc y muchos otros.
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Tiempo
y muro, 1963
Óleo y técnicas mixtas sobre tela
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Los
años 60 fueron decisivos en la cultura latinoamericana, constituyeron
momentos en que los artistas quisieran o no se vieron obligados a tomar
partido en relación a una responsabilidad social. Es un período
en que A. Pérez siente profundamente este compromiso ligando su
quehacer intelectual y artístico con su visión política.
Ello coincide también con profundas reflexiones acerca de la obra
de Albert Camus cuyo pensamiento le motivará a escribir en diversos
momentos de su vida.
El
descubrimiento de este escritor plantea en Pérez motivos de coincidencia
respecto de su propio compromiso como intelectual y artista en la sociedad.
En un texto escrito en el año 65 se plantea frente a este problema
y señala en relación a Camus que la calidad de su
compromiso enriquece la concepción de la dignidad del arte y
del artista más allá de la problemática puramente
estética2
A partir de la llegada al gobierno de Eduardo Frei Montalva en 1964,
en Chile se inicia un ascenso creciente de las capas sociales populares
y de los partidos políticos de izquierda. Es un momento en que
Alberto plantea su historia personal y artística ligada profundamente
a los acontecimientos de nuestra historia pero también paralelamente
a lo que como maestro y estudioso siente a través de la utopía
y de la libertad. Son las propuestas de André Breton que Pérez
hace suyas, no sólo en las aulas universitarias sino en la búsqueda
surrealista de la unión del arte y la vida, cuya más clara
demostración será su propia existencia.
Es
así como a fines de los 60, cuando en las universidades a lo
largo del país ocurría la Reforma Universitaria, Alberto
era un líder y partícipe de ella, también realizaba
las series de Barricadas (Fig. 3 Barricada III- 1968. Mixta
s/ madera ) En ellas ha invalidado el lienzo como soporte de la forma
plástica. Ahora ha unido con clavos una serie de maderas, cajas
vacías de embalaje de frutas con las que metafóricamente
ha simulado la estructura de una mediagua- esa vivienda ligera de las
poblaciones marginales- agregando fotografías pegadas en los
huecos e interviniendo con manchas de color o trozos de tela rasgada.
Buscando acentuar aún más su compromiso con una realidad
contingente, en algunos casos, perforó con disparos reales la
superficie de las maderas como es el caso de una Barricada dedicada
a Ernesto Ché Guevara (obra desaparecida en 1973).
Al realizar estas series concebidas con una precariedad de medios Alberto
Pérez se coloca en una doble posición marginal; por una
parte al trabajar con materiales de desecho, rompe con la tradición
de la materia pictórica: el óleo. Por otra, al ser ésta
de calidad desechable, frágil, no ingresa al circuito comercial
del arte. Vale decir se trata de un arte que, consecuentemente con la
intención de su autor, es marginal.
En
este mismo período (1968-70) es designado Director del Museo
de Arte Contemporáneo, institución que dirige con los
mismos planteamientos de libertad desarrollados en su creación.
Su propuesta es la de un museo concebido como un espacio de participación,
en el que además de producirse un lugar de encuentro entre el
artista y el público, las obras perdieran el sentido comercial
al marginarlas de ese circuito.
La
producción artística de los años 70-72 se ve profundamente
marcada por su permanencia en Cuba y su admiración de la gráfica
cubana que se desarrolla en las carreteras como arte público.
De este período son una serie de serigrafías entre la
que destaca Nacimiento de América (1972) realizada con la artista
Patricia Israel.
El
golpe militar encuentra a Alberto en un paréntesis de su vida
dedicado a tareas políticas. Su compromiso con los cambios sociales
de los años de la Unidad Popular hace que se entregue por entero
a estas labores. Incluso abandona por un par de años las actividades
académicas de la Universidad Chile. Posteriormente al golpe y
pese a los riesgos que significa permanecer en el país, Alberto
desea quedarse aún cuando había sido exonerado de la Universidad
y no contaba casi con alguna forma de sobrevivencia. En esos años
a pesar de las dificultades organiza y dirige dos galerías a
través de las cuales logra exhibir obras de artistas emergentes
y otros conocidos que habían permanecido en el país.
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La
producción de ese período marca profundas diferencias con
la anterior. Hay en ellas un contenido crítico a la situación
contingente. Series de esta época como El general, El acuerdo,
El sueño de la razón produce monstruos y Los cuatro generales
son obras que nos introducen en un mundo de pesadillas en el que los protagonistas
son uniformados de rostros casi goyescos. Las tres primeras salieron clandestinamente
del país en 1973 y regresaron para ser donadas al Museo de Arte
Contemporáneo de la Universidad de Chile en 1990 y la última
permaneció en poder de la familia del artista.
En
El general, 1973 Pérez articula un lenguaje nuevo trabajando
con los contrastes de complementarios sordos y brillantes. La nueva
propuesta es de un cromatismo de máxima saturación en
algunas zonas. Los rostros son caricaturescos, casi monstruosos, del
color de un batracio, las manos poseen forma y texturas propias de un
simio, son inusualmente de grandes dimensiones, el uniforme de un colorido
radiante en el cual destacan las condecoraciones y doradas charreteras.
Ha retornado al color y el contrapunto entre rojos y verdes le entrega
unidad a la serie.
Dentro
de la totalidad de sus creaciones la serie de las Banderas ocupa un
lugar importante. Una de las primeras obras de esta serie fue el homenaje
que realiza a Ernesto Che Guevara con la obra Bandera de
Higueras, (hoy desaparecida). Posteriormente ejecuta Bandera guerrillera
(1984) trabajo en técnica mixta, y Bandera de Lonquén,1985,
realiza esta obra impactado por el hallazgo de los detenidos desaparecidos
calcinados en los hornos de Lonquén. En ella emplea como en las
Barricadas materiales propios de esta marginalidad en que instala su
producción: maderas trozos de sacos, trapos pintados con los
colores de la bandera, manchas de sangre. Incluso después de
realizada la deja a la intemperie, como significando que esta misma
precariedad debe permanecer para que el tiempo la vaya destruyendo y
no sea objeto de comercialización.
Paralelamente desea hurgar un poco en su propio pasado con una mirada
un tanto irónica. En su familia, de clase alta acomodada han
existido militares como Marcial Martínez Quadros o jurisconsultos
de la importancia de su abuelo materno Marcial Martínez de Ferrari.
En Otoño del patriarca ironiza sobre este pasado que ha sido
el pasado (y presente) de América Latina, que es la figura del
dictador anciano envuelto en un halo de realismo mágico como
en la obra homónima de García Márquez. También
es su propio abuelo, el que como modelo de la obra está imaginado
en ese escenario.
La última serie de los años 90, desarrolla una reflexión
en torno a los acontecimientos ocurridos en los momentos inmediatos
al golpe de estado. Son las series Enterrados y Helicópteros
o Los zarpazos del puma como también los denominaba. En esos
tiempos se carga su paleta de grises y sombras. Las situaciones no resueltas
de los derechos humanos y los hallazgos en Cuesta Barriga, en Pisagua
y otros sitios le conmueven profundamente. Podría considerarse
a éste como el período cromáticamente más
oscuro de su trayectoria pictórica. En Enterrados de Cuesta Barriga
, 1991, traduce las formas de las figuras humanas en bultos grises informes
en los que se sugiere una o dos cabezas que ni siquiera se perfilan
en un horizonte de negros presagios.
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Nacimiento
de América, 1972
Serigrafía
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