Rubén
del Valle Lantarón / FOTO:
Pedro Juan Abreu
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Rubén
del Valle Lantarón, director del Centro de Arte Contemporáneo
Wifredo Lam y de la Bienal de La Habana, considera que el principal
punto de giro del reconocido evento de las artes visuales está
en repensar la estrategia organizativa y curatorial con que se inserta
en el contexto contemporáneo.
El Centro Wifredo Lam organizó este año 2006 la Novena
Bienal de La Habana. La celebración permitió dar continuidad
a la historia y aporte artístico y sociocultural de este
evento que, desde su nacimiento en 1984, abrió un espacio
para la alternativa, el contradiscurso y la promoción de
zonas creativas generalmente excluidas de los circuitos dominantes
en la circulación del arte. Cambios en el sistema político-económico
mundial, dificultades de financiamiento, y otros fenómenos
contextuales han complicado la permanencia y el desarrollo de La
Bienal cubana, pero la más reciente edición se propuso
demostrar la resistencia y perdurabilidad de la cita como suceso
atendible y respetado en medio de polémicas y cuestionamientos
acerca de su futuro vital. Sobre algunos de estos debatidos asuntos
responde para esta revista Rubén del Valle Lantarón,
quien desde hace 5 años funge como Vicepresidente del Consejo
Nacional de Artes Plásticas en Cuba y actualmente es director
del Centro Wifredo Lam y la Bienal de La Habana.
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¿Cuál es su opinión sobre esa frecuente interrogante
acerca del porqué se sigue organizando y convocando en La Habana
un encuentro internacional de artistas bajo ese concepto de bienal
nacido en Venecia, si el evento cubano ya no se hace cada dos años
y cada vez responde menos a las históricas y occidentales ideas
que definen a una bienal de arte, e incluso aquí el término
ha llegado a ser cuestionable?
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Sobre esas cuestiones se ha discutido históricamente:
la periodicidad o el concepto mismo del evento Bienal. Si bien es cierto
que la más reciente edición casi fue bienal en cuanto
a su intervalo de tiempo, en otras muchas ocasiones ha sido trienal.
Pero esto no es lo más importante, ni tampoco el nombre que se
le dé, llámese bienal, trienal, encuentro o forum. Lo
fundamental es distinguir sus presupuestos fundacionales como propuesta
alternativa a la mainstream. Estamos abocados a discutir cuál
debe ser el papel de la Bienal de La Habana en el nuevo contexto internacional,
a partir de un mundo que ha variado muchísimo desde que surgiera
nuestro evento en 1984: las estructuras, las relaciones de poder, el
propio ámbito artístico, (…)
El
surgimiento de la Bienal de La Habana marcó un hito en el contexto
visual internacional de la década de los ochenta, se convirtió
en el único gran espacio de promoción de las artes del
Tercer Mundo y rompió con el discurso imperante: colonial,
hegemónico. Se puede hablar incluso de un antes y un después
de la Bienal de La Habana aún hoy, cuando el concepto de Tercer
Mundo se ha desdibujado y predomina una polaridad Norte-Sur. Esta
nueva denominación de las diferencias globales tampoco es pura
o deslindable; muchos de los fenómenos del llamado “Norte”
inciden o repercuten en el Sur y viceversa. Ejemplos son las situaciones
generadas por el huracán Katrina en varios estados norteamericanos,
o lo ocurrido en Francia con las grandes protestas de los inmigrantes,
ya no fue la gran revolución inspirada por filósofos
existencialistas sino la revuelta de una población excluida,
llamada por el Ministro del Interior francés como una acción
de la “chusma” parisina.
Ante
el nuevo panorama mundial, y dentro de un sinnúmero creciente
y diverso de simposios, bienales y trienales internacionales de arte,
estamos obligados a redimensionar nuestro discurso, profundizarlo,
revolucionarlo, y conseguir que la Bienal de La Habana mantenga su
identidad como suceso que se realiza desde Cuba y desde el Sur. Implementar
nuestra ideología de la resistencia desde dos presupuestos
fundamentales: mantenernos como espacio alternativo que no repite
los esquemas de los grandes circuitos y perseverar en el compromiso
con el enriquecimiento espiritual del público cubano y visitante.
Nuestra estrategia, insisto, sólo resulta viable si preserva
los principios éticos y estéticos que fomentaron la
mística de esta cita habanera, llámesele como se le
quiera llamar.
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Aun cuando es bien correspondido desde el punto de vista participativo,
otras preocu-paciones recurrentes se expresan acerca de ¿cómo
y por qué a pesar de la significativa reducción de presupuesto
que tantas dificultades genera (desde los cam-bios de fechas, problemas
para los estudios curatoriales y para la producción general
del evento) se persiste en hacer un evento de amplia convocatoria?
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Cuando
convocamos esta novena edición, prácticamente contábamos
sólo con diez meses. El término bienal supone que usted
tiene dos años para ir ejecutando un proceso organizativo que
consta de múltiples y complejas etapas, pero en esta ocasión
por dificultades estructurales y financieras su lanzamiento público
se hizo tardíamente. La primera incertidumbre giraba en torno
a la respuesta de los artistas ante ese llamado premioso. Luego, la
confirmación de quienes resultaran escogidos para participar,
una vez concluido el proceso de selección, a inicios de Octubre.
Sin
embargo, en dos meses la inmensa mayoría de los convocados
respondió afirmativamente y envió toda la información
complementaria para que el 31 de diciembre estuviera diseñado
y maquetado el catálogo general. Únicamente tres de
los artistas no pudieron aceptar la invitación, debido en
lo fundamental a problemas financieros. Esa respuesta desmiente
cualquier comentario previo que condenó a La Bienal como
un suceso moribundo destinado a desaparecer.
¿Cómo puede estar exánime un evento que consigue
esa capacidad de convocatoria? ¿Cómo un evento, que
no financia la producción de las obras ni el traslado de
los artitas hasta la sede, puede sostener ese nivel de compromiso
e interés en el gremio? Nuestra Bienal sostiene una mística
especial, no por las producciones millonarias que caracterizan a
otros certámenes, sino por perdurar como lugar de confluencia
e intercambio de un gran número de creadores, en muchos casos
excluidos de los grandes circuitos de promoción del arte.
La instalación, el montaje de las obras, y el propio programa
de actividades del evento, se convierten en un gran taller que propicia
una dinámica de intercambio, donde confluyen y se confrontan
muchas de las primordiales inquietudes del mundo de la visualidad
contemporánea.
El
nivel de participación logrado en su más reciente
evento teórico Forum Idea 2006 (propuesto aún más
tardíamente) consiguió que se reunieran prestigiosos
y reconocidos teóricos internacionales con otros estudiosos
menos validados, aportando en cada caso una contribución
significativa. El diálogo y el debate generados en esas discusiones,
sirven de rasero para evaluar el influjo y la autoridad de la Bienal
cubana como centro de emisión de arte e ideas, incluso a
pesar de esas dificultades financieras u organizativas que debemos
superar.
Como
gestores de La Bienal estamos obligados a trabajar en la procuración
de mayores fondos para evadir, en la medida de lo posible, ciertas
limitaciones evidentes en esta edición que van en contra
de su naturaleza. África y Asia han de ser exploradas en
un trabajo de campo a profundidad; continentes vastos, múltiples,
que precisan un pesquisaje más agudo. Nuestros curadores
deben proponerse asimismo cubrir otros espacios, zonas incluso de
la antigua Unión Soviética y de Europa del Este que
están generando fenómenos artísticos sorprendentes,
pero prácticamente desconocidos en nuestro medio, aún
cuando están muy cercanos a las problemáticas del
sur. Debemos profundizar nuestros vínculos en relaciones
de trabajo con investigadores, críticos de arte y curadores
que están sondeando esos territorios y reconstruir nuestra
“red” para que la Bienal prevalezca como exponente del
ámbito artístico marginado desde todas las latitudes.
Eso contribuye a su diversidad, actualidad y riqueza.
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Hay otro fenómeno que aflora frecuentemente en los debates
sobre la bienal cubana, su significación político-cultural,
elemento sobre el que también se delibera a la hora de valorar
la calidad general del evento. ¿Es la Bienal de La Habana un
suceso que políticamente su-pera a su dimensión artística?
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Considero
que van de la mano. Si lo político estuviera imperando no se
conseguiría el respeto y la diversidad de expresiones que exhibe
la Bienal de La Habana. Si lo artístico fuese el único
criterio de valor determinante habríamos renunciado a la perspectiva
alternativa, de riesgo y desafío que nos ha identificado, y que
a fin de cuentas conservamos como uno de nuestros objetivos cardinales.
Se trata de concertar la estratégica confluencia de ambos aspectos;
nuestra postura política se genera precisamente en la salvaguarda
de los presupuestos estéticos de los menos favorecidos, en la
alternativa al mercado y a las corrientes banalizadoras del poder hegemónico.
Por otro lado resulta ingenuo e ilusorio suponer que en el mundo de
hoy alguna acción de cualquier índole no posea un trasfondo
político. ¿Hasta dónde son apolíticos los
eventos de Venecia o Kassel?
En
nuestro caso adquiere una repercusión particular el contexto
de la Revolución y el significado del país y su posición
en el entorno global. Pero La Bienal ha sabido trascender lo político
desde lo artístico, desde el razonamiento y análisis
de algunos de los más complejos fenómenos que ha vivido
el mundo durante estos años, como son las relaciones humanas,
el conflicto de la identidad, la comunicación, las migraciones;
no desde panfletos ni discursos parciales o totales sino asumiendo
tales directrices en su riqueza y pluralidad, siempre desde la perspectiva
del arte, que por demás resulta un fenómeno político
en sí mismo.
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¿Qué satisfacciones e insatisfacciones se llevan los
organizadores de la Novena Bienal de La Habana?
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Hacerla
posible, vivir y compartir la experiencia única que supone la
confluencia en un evento de este tipo, probar de ese modo su vitalidad
y viabilidad, es probablemente la primera satisfacción.
Por otro
lado, la coexistencia, junto a esos artistas emergentes que son la
esencia del evento, de creadores de reconocida trayectoria como Shirin
Neshat, Spencer Tunick, Sue Williamson, Antoni Miralda, Jean Nouvel
o el cineasta Carlos Saura nos confirma la validez histórica
de nuestros principios fundacionales, pues fue gracias al discurso
de La Bienal que algunos artistas participantes de ediciones anteriores
se insertan hoy en la mainstream. La cita habanera puso en el tintero
y validó incluso el discurso social y transterritorial que
sustenta el éxito de muchos artistas hoy en día.
Muy grata
también la alta socialización que logró esta
vez el evento. A diferencia de otras ediciones, se constató
una mayor presencia del público en los espacios de La Bienal.
Investigaciones demuestran que las artes visuales se encuentran entre
las manifestaciones culturales menos asimiladas en Cuba, y la Bienal
de La Habana ha comenzado a romper esas barreras, con el apoyo determinante
de los medios de comunicación como mediadores inteligentes.
Va más allá del fenómeno estadístico de
la cantidad de personas que asisten, se trata de integrarnos al mundo
mediático, virtual, que invade, moldea y permea la vida del
hombre contemporáneo y especialmente su espectro visual y artístico.
Haber
demostrado que La Bienal y la cultura cubana, a pesar de sus carencias,
siguen siendo un espacio vivo de alta convocatoria y encuentro del
buen arte a nivel internacional ha sido sin lugar a dudas satisfactorio.
Otro acierto fue el trabajo de la imagen y los soportes promocionales
del evento (catálogos, spot, web, publicidad, publicaciones).
Por último
la satisfacción de que la propia Bienal estimulara e impulsara
la restauración de su principal sede: el Centro Wifredo Lam.
Como
insatisfacción más evidente, las carencias de recursos
y las limitaciones organizativas que afectaron los resultados. Algunas
obras se distanciaron demasiado del proyecto original y el saldo final
devino cuestionable, en ocasiones lamentable. Resultaron determinantes
los problemas de producción.
La curaduría
debió asumir con mayor variedad, riqueza y profundidad el tema
abordado de las Dinámicas de la Cultura Urbana. Fuimos superficiales
y reiterativos en determinados tópicos. Tampoco se logró
una buena articulación con las autoridades pertinentes para
la aprobación de un buen número de proyectos concebidos
para espacios públicos, piezas que al variar su emplazamiento
trocaron sus referentes, su concepto y hasta su propia imagen.
La museografía y el montaje resultaron en ocasiones demasiado
obvios, muy poco audaces; se desaprovecharon un tanto las posibilidades
de las áreas expositivas. La Fortaleza de La Cabaña
ha devenido un espacio que debemos cuestionarnos: por un lado resulta
especial, imprescindible por su ubicación, ambiente, historia,
ideal para emplazar obras de gran formato, ambientaciones o piezas
para espacios semipúblicos. Pero no parece viable con otros
formatos. Teniendo en cuenta la evidente mayor cantidad de propuestas
de video e instalaciones con medios electrónicos se sacrifica
la obra ante las limitaciones que aporta el propio espacio. Resulta
innegable el deterioro de sus bóvedas y pabellones, la mala
iluminación, los problemas eléctricos, acústicos.
Esta
misma visión crítica con que abordamos el evento es
lo que ha garantizado su perdurabilidad, ahí radica la génesis
de mi absoluta confianza en La Bienal de la Habana. Nuestro discurso
autocrítico, desde la resistencia, la exploración, el
riesgo, la indagación teórica, nos ha preservado una
posición privilegiada frente a los eventos homólogos
organizados en uno y otro lado del mundo. La capacidad de revolucionarnos,
de distanciarnos de las modas (incluso las generadas por nosotros
mismos) y a la vez contaminarnos con los nuevos discursos, fortalece
y preserva las estrategias de La Bienal.
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