Heterogénesis - Revista de Artes Visuales - 2006 nr 55-56
NOVENA BIENAL DE LA HABANA





 




Andrés D. Abreu
Rubén del Valle Lantarón / FOTO: Pedro Juan Abreu

Rubén del Valle Lantarón, director del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam y de la Bienal de La Habana, considera que el principal punto de giro del reconocido evento de las artes visuales está en repensar la estrategia organizativa y curatorial con que se inserta en el contexto contemporáneo.


El Centro Wifredo Lam organizó este año 2006 la Novena Bienal de La Habana. La celebración permitió dar continuidad a la historia y aporte artístico y sociocultural de este evento que, desde su nacimiento en 1984, abrió un espacio para la alternativa, el contradiscurso y la promoción de zonas creativas generalmente excluidas de los circuitos dominantes en la circulación del arte. Cambios en el sistema político-económico mundial, dificultades de financiamiento, y otros fenómenos contextuales han complicado la permanencia y el desarrollo de La Bienal cubana, pero la más reciente edición se propuso demostrar la resistencia y perdurabilidad de la cita como suceso atendible y respetado en medio de polémicas y cuestionamientos acerca de su futuro vital. Sobre algunos de estos debatidos asuntos responde para esta revista Rubén del Valle Lantarón, quien desde hace 5 años funge como Vicepresidente del Consejo Nacional de Artes Plásticas en Cuba y actualmente es director del Centro Wifredo Lam y la Bienal de La Habana.



¿Cuál es su opinión sobre esa frecuente interrogante acerca del porqué se sigue organizando y convocando en La Habana un encuentro internacional de artistas bajo ese concepto de bienal nacido en Venecia, si el evento cubano ya no se hace cada dos años y cada vez responde menos a las históricas y occidentales ideas que definen a una bienal de arte, e incluso aquí el término ha llegado a ser cuestionable?


Sobre esas cuestiones se ha discutido históricamente: la periodicidad o el concepto mismo del evento Bienal. Si bien es cierto que la más reciente edición casi fue bienal en cuanto a su intervalo de tiempo, en otras muchas ocasiones ha sido trienal. Pero esto no es lo más importante, ni tampoco el nombre que se le dé, llámese bienal, trienal, encuentro o forum. Lo fundamental es distinguir sus presupuestos fundacionales como propuesta alternativa a la mainstream. Estamos abocados a discutir cuál debe ser el papel de la Bienal de La Habana en el nuevo contexto internacional, a partir de un mundo que ha variado muchísimo desde que surgiera nuestro evento en 1984: las estructuras, las relaciones de poder, el propio ámbito artístico, (…)

El surgimiento de la Bienal de La Habana marcó un hito en el contexto visual internacional de la década de los ochenta, se convirtió en el único gran espacio de promoción de las artes del Tercer Mundo y rompió con el discurso imperante: colonial, hegemónico. Se puede hablar incluso de un antes y un después de la Bienal de La Habana aún hoy, cuando el concepto de Tercer Mundo se ha desdibujado y predomina una polaridad Norte-Sur. Esta nueva denominación de las diferencias globales tampoco es pura o deslindable; muchos de los fenómenos del llamado “Norte” inciden o repercuten en el Sur y viceversa. Ejemplos son las situaciones generadas por el huracán Katrina en varios estados norteamericanos, o lo ocurrido en Francia con las grandes protestas de los inmigrantes, ya no fue la gran revolución inspirada por filósofos existencialistas sino la revuelta de una población excluida, llamada por el Ministro del Interior francés como una acción de la “chusma” parisina.

Ante el nuevo panorama mundial, y dentro de un sinnúmero creciente y diverso de simposios, bienales y trienales internacionales de arte, estamos obligados a redimensionar nuestro discurso, profundizarlo, revolucionarlo, y conseguir que la Bienal de La Habana mantenga su identidad como suceso que se realiza desde Cuba y desde el Sur. Implementar nuestra ideología de la resistencia desde dos presupuestos fundamentales: mantenernos como espacio alternativo que no repite los esquemas de los grandes circuitos y perseverar en el compromiso con el enriquecimiento espiritual del público cubano y visitante. Nuestra estrategia, insisto, sólo resulta viable si preserva los principios éticos y estéticos que fomentaron la mística de esta cita habanera, llámesele como se le quiera llamar.


Aun cuando es bien correspondido desde el punto de vista participativo, otras preocu-paciones recurrentes se expresan acerca de ¿cómo y por qué a pesar de la significativa reducción de presupuesto que tantas dificultades genera (desde los cam-bios de fechas, problemas para los estudios curatoriales y para la producción general del evento) se persiste en hacer un evento de amplia convocatoria?

Cuando convocamos esta novena edición, prácticamente contábamos sólo con diez meses. El término bienal supone que usted tiene dos años para ir ejecutando un proceso organizativo que consta de múltiples y complejas etapas, pero en esta ocasión por dificultades estructurales y financieras su lanzamiento público se hizo tardíamente. La primera incertidumbre giraba en torno a la respuesta de los artistas ante ese llamado premioso. Luego, la confirmación de quienes resultaran escogidos para participar, una vez concluido el proceso de selección, a inicios de Octubre.

Sin embargo, en dos meses la inmensa mayoría de los convocados respondió afirmativamente y envió toda la información complementaria para que el 31 de diciembre estuviera diseñado y maquetado el catálogo general. Únicamente tres de los artistas no pudieron aceptar la invitación, debido en lo fundamental a problemas financieros. Esa respuesta desmiente cualquier comentario previo que condenó a La Bienal como un suceso moribundo destinado a desaparecer.
¿Cómo puede estar exánime un evento que consigue esa capacidad de convocatoria? ¿Cómo un evento, que no financia la producción de las obras ni el traslado de los artitas hasta la sede, puede sostener ese nivel de compromiso e interés en el gremio? Nuestra Bienal sostiene una mística especial, no por las producciones millonarias que caracterizan a otros certámenes, sino por perdurar como lugar de confluencia e intercambio de un gran número de creadores, en muchos casos excluidos de los grandes circuitos de promoción del arte. La instalación, el montaje de las obras, y el propio programa de actividades del evento, se convierten en un gran taller que propicia una dinámica de intercambio, donde confluyen y se confrontan muchas de las primordiales inquietudes del mundo de la visualidad contemporánea.

El nivel de participación logrado en su más reciente evento teórico Forum Idea 2006 (propuesto aún más tardíamente) consiguió que se reunieran prestigiosos y reconocidos teóricos internacionales con otros estudiosos menos validados, aportando en cada caso una contribución significativa. El diálogo y el debate generados en esas discusiones, sirven de rasero para evaluar el influjo y la autoridad de la Bienal cubana como centro de emisión de arte e ideas, incluso a pesar de esas dificultades financieras u organizativas que debemos superar.

Como gestores de La Bienal estamos obligados a trabajar en la procuración de mayores fondos para evadir, en la medida de lo posible, ciertas limitaciones evidentes en esta edición que van en contra de su naturaleza. África y Asia han de ser exploradas en un trabajo de campo a profundidad; continentes vastos, múltiples, que precisan un pesquisaje más agudo. Nuestros curadores deben proponerse asimismo cubrir otros espacios, zonas incluso de la antigua Unión Soviética y de Europa del Este que están generando fenómenos artísticos sorprendentes, pero prácticamente desconocidos en nuestro medio, aún cuando están muy cercanos a las problemáticas del sur. Debemos profundizar nuestros vínculos en relaciones de trabajo con investigadores, críticos de arte y curadores que están sondeando esos territorios y reconstruir nuestra “red” para que la Bienal prevalezca como exponente del ámbito artístico marginado desde todas las latitudes. Eso contribuye a su diversidad, actualidad y riqueza.


Hay otro fenómeno que aflora frecuentemente en los debates sobre la bienal cubana, su significación político-cultural, elemento sobre el que también se delibera a la hora de valorar la calidad general del evento. ¿Es la Bienal de La Habana un suceso que políticamente su-pera a su dimensión artística?


Considero que van de la mano. Si lo político estuviera imperando no se conseguiría el respeto y la diversidad de expresiones que exhibe la Bienal de La Habana. Si lo artístico fuese el único criterio de valor determinante habríamos renunciado a la perspectiva alternativa, de riesgo y desafío que nos ha identificado, y que a fin de cuentas conservamos como uno de nuestros objetivos cardinales. Se trata de concertar la estratégica confluencia de ambos aspectos; nuestra postura política se genera precisamente en la salvaguarda de los presupuestos estéticos de los menos favorecidos, en la alternativa al mercado y a las corrientes banalizadoras del poder hegemónico. Por otro lado resulta ingenuo e ilusorio suponer que en el mundo de hoy alguna acción de cualquier índole no posea un trasfondo político. ¿Hasta dónde son apolíticos los eventos de Venecia o Kassel?

En nuestro caso adquiere una repercusión particular el contexto de la Revolución y el significado del país y su posición en el entorno global. Pero La Bienal ha sabido trascender lo político desde lo artístico, desde el razonamiento y análisis de algunos de los más complejos fenómenos que ha vivido el mundo durante estos años, como son las relaciones humanas, el conflicto de la identidad, la comunicación, las migraciones; no desde panfletos ni discursos parciales o totales sino asumiendo tales directrices en su riqueza y pluralidad, siempre desde la perspectiva del arte, que por demás resulta un fenómeno político en sí mismo.


¿Qué satisfacciones e insatisfacciones se llevan los organizadores de la Novena Bienal de La Habana?


Hacerla posible, vivir y compartir la experiencia única que supone la confluencia en un evento de este tipo, probar de ese modo su vitalidad y viabilidad, es probablemente la primera satisfacción.

Por otro lado, la coexistencia, junto a esos artistas emergentes que son la esencia del evento, de creadores de reconocida trayectoria como Shirin Neshat, Spencer Tunick, Sue Williamson, Antoni Miralda, Jean Nouvel o el cineasta Carlos Saura nos confirma la validez histórica de nuestros principios fundacionales, pues fue gracias al discurso de La Bienal que algunos artistas participantes de ediciones anteriores se insertan hoy en la mainstream. La cita habanera puso en el tintero y validó incluso el discurso social y transterritorial que sustenta el éxito de muchos artistas hoy en día.

Muy grata también la alta socialización que logró esta vez el evento. A diferencia de otras ediciones, se constató una mayor presencia del público en los espacios de La Bienal. Investigaciones demuestran que las artes visuales se encuentran entre las manifestaciones culturales menos asimiladas en Cuba, y la Bienal de La Habana ha comenzado a romper esas barreras, con el apoyo determinante de los medios de comunicación como mediadores inteligentes. Va más allá del fenómeno estadístico de la cantidad de personas que asisten, se trata de integrarnos al mundo mediático, virtual, que invade, moldea y permea la vida del hombre contemporáneo y especialmente su espectro visual y artístico.

Haber demostrado que La Bienal y la cultura cubana, a pesar de sus carencias, siguen siendo un espacio vivo de alta convocatoria y encuentro del buen arte a nivel internacional ha sido sin lugar a dudas satisfactorio. Otro acierto fue el trabajo de la imagen y los soportes promocionales del evento (catálogos, spot, web, publicidad, publicaciones).

Por último la satisfacción de que la propia Bienal estimulara e impulsara la restauración de su principal sede: el Centro Wifredo Lam.

Como insatisfacción más evidente, las carencias de recursos y las limitaciones organizativas que afectaron los resultados. Algunas obras se distanciaron demasiado del proyecto original y el saldo final devino cuestionable, en ocasiones lamentable. Resultaron determinantes los problemas de producción.

La curaduría debió asumir con mayor variedad, riqueza y profundidad el tema abordado de las Dinámicas de la Cultura Urbana. Fuimos superficiales y reiterativos en determinados tópicos. Tampoco se logró una buena articulación con las autoridades pertinentes para la aprobación de un buen número de proyectos concebidos para espacios públicos, piezas que al variar su emplazamiento trocaron sus referentes, su concepto y hasta su propia imagen.
La museografía y el montaje resultaron en ocasiones demasiado obvios, muy poco audaces; se desaprovecharon un tanto las posibilidades de las áreas expositivas. La Fortaleza de La Cabaña ha devenido un espacio que debemos cuestionarnos: por un lado resulta especial, imprescindible por su ubicación, ambiente, historia, ideal para emplazar obras de gran formato, ambientaciones o piezas para espacios semipúblicos. Pero no parece viable con otros formatos. Teniendo en cuenta la evidente mayor cantidad de propuestas de video e instalaciones con medios electrónicos se sacrifica la obra ante las limitaciones que aporta el propio espacio. Resulta innegable el deterioro de sus bóvedas y pabellones, la mala iluminación, los problemas eléctricos, acústicos.

Esta misma visión crítica con que abordamos el evento es lo que ha garantizado su perdurabilidad, ahí radica la génesis de mi absoluta confianza en La Bienal de la Habana. Nuestro discurso autocrítico, desde la resistencia, la exploración, el riesgo, la indagación teórica, nos ha preservado una posición privilegiada frente a los eventos homólogos organizados en uno y otro lado del mundo. La capacidad de revolucionarnos, de distanciarnos de las modas (incluso las generadas por nosotros mismos) y a la vez contaminarnos con los nuevos discursos, fortalece y preserva las estrategias de La Bienal.


 

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