Ultimamente me ha tocado ver crecer por proximidad inevitable (compartimos taller), la obra de Héctor Siluchi, la idea de escribir, es para esclarecer porque me han perse-guido estas imágenes, naturalmente más alla de las categorías de «buenas o malas».

Lo primero que llama mi atención es la voluntad de silencio que está presente en su trabajo reciente, un silencio que esconde diferentes códigos: imágenes recuperadas de la prensa, signos tomados del «letraset», cierta retórica de la pintura expresionista, que es sometida por un largo proceso de trabajo con la materia pictórica a «casi nada», a «casi silencios», se tapa, pero como en la metáfora de la olla a presión es un silencio al borde del grito, es esta dupla la que me interesa; su desborde.

Paralelamente destaco esa manera de relacionar los materiales, los fragmentos, esa mentalidad de «parche», todas sus construcciones recurren a fragmentos que se se posan en la superficie como sucesivos parches, de sucesivos errores, que por acumulación pasan a ser su lenguaje pictórico, es agradable para mí que este trabajo me permita poder hablar de la vieja y maltratada pintura, desautorizada iracun-damente por muchachitos, o no tanto en busca de notoriedad, balbuceando mecánicamente algunas «ideas de moda». Me gusta que Siluchi siga enfrentándose al viejo dilema de la tela en blanco. Me gusta que tape toda la superficie con los ya mencionados parches, para volver a una nebulosa blanquesina, a una atmósfera, que recorre sus obras, gracias a esa vieja operación pictórica: la veladura.