Wifredo Lam
La erótica del manglar



Rodrigo Quezada Monge


La jungla, 1943
Oleo sobre tela
240x228 cm
Museo de Arte Moderno
Nueva York, USA




Figura sobre fondo verde, 1943
Oleo sobre papel, 106,5x83 cm
Museo Nacional de Bellas Artes,
La Habana, Cuba




Mapiposas nocturnas y vela, 1946
Lápiz y tinta sobre papel, 51x62,1 cm
Museo de Arte Moderno,
Nueva York




Sin título, 1946
Lápiz y tinta sobre papel, 31,4x24,1 cm
Museo de Arte Moderno
Nueva York, USA




Luz de arcilla, 1950
Oleo sobre tela
177x216 cm




Los de la puerta batiente, 1945
Oleo sobre tela
126x110 cm

En el presente artículo nos proponemos mostrar una breve visión de la obra del pintor cubano Wifredo Lam (1902-82) a través de tres aspectos centrales: el simbolismo en su pintura, su obra como síntesis de tradiciones y la presencia del Caribe en sus pinturas. Nuestra metodología ex-positiva también es muy simple: seremos esen-cialmente impresionistas, puesto que no nos interesa hacer un recuento técnico de la obra de Lam, en primer lugar porque no estamos capacitados para ello, y en segundo lugar porque nuestra aspiración es compartir algunas de las emociones e ideas que su obra nos ha regalado.


«A caballo de la santería»:
el simbolismo en la pintura de Lam

Wifredo Lam dejó Cuba en 1923 para exponer por primera vez en Madrid1. Con una rara mezcla de procedencias étnicas en su sangre, el pintor es uno de esos casos que sobresalen por su particular talento para sintetizarlas todas y manifestar en su pintura un florido y rico abanico de influencias y orígenes. Hacemos estas acotaciones sobre la capacidad de síntesis que se manifiesta en la pintura de Lam, porque sin ella es difícil entender su larga y sinuosa trayectoria en Europa, la cual no borró de ninguna manera sus orígenes más enraizados.

Los surrealistas y los cubistas de la factura de Pablo Picasso (1881-1973) en algún momento pudieron ver más allá que Lam mismo, y lo invitaron a que tomara conciencia de la multiplicidad posible de sus temas y problemas estéticos, más relacionados con la preocupación por encontrar un puente cromá-tico y técnico entre los dis-tintos compo-nentes de dicha multiplicidad, que por los vuelos abstrac-tos y oníricos en los que esta-ban envueltos sus maestros europeos1. Por eso puede parecer de pero-grullo evocar el perfil surrea-lista de la pintura de Lam, cosa que dichosamente ha empezado a dejarse de lado, en los recientes trabajos críticos sobre su pintura.

Alguien podría pensar que se trató de optar entre «surrealismo» y «santería», puesto que otros pintores como Roberto Matta Echaurren (1911-) por ejemplo renegaron alguna vez de sus raíces2, sin embargo, el problema es más de naturaleza temática que técnica o nominalista. La vuelta de Lam a Cuba, a consecuencia del inicio de la Segunda Guerra Mundial, lo puso de nuevo frente a la intoxicante y abrumadora realidad del Caribe, pero ahora, apertrechado con los recursos técnicos adquiridos a lo largo de casi dos décadas de vivir en Europa, el pintor se encontró con que los componentes simbólicos de la realidad del Caribe, eran más ricos que los jamás imaginados en Europa.3

La delicadeza del trazo en la caligrafía china, y la fuerte cadencia rítmica de la pintura negra y caribeña, serán tomados por Lam para que con ellos en su paleta se genere un proceso sincrético de textura muy particular, tanto así que resulta casi imposible encontrar otros pintores caribeños en los cuales estos ingredientes hayan sido tan magistralmente combinados, a no ser en la pintura de algunos de los amigos haitianos de Lam4.


Wifredo Lam: Crisol de ayeres y mañanas

Una profunda y muy responsable actitud estética recibió Lam en Europa. Sus amigos en París, hombres del calibre de Pablo Picasso y André Bretón (1896-1966) le hicieron posible por un lado, darse cuenta de que inconscientemente venía lleno del trópico, y por otro, de que su capacidad de ensoñación era ilimitada. Estos dos elementos le facilitaron a Lam componer un tipo de pintura que recogía lo mejor del mundo marginal del Renacimiento tardío no italiano, en el caso de la pintura de Peter Brueghel (1525-1569) y Hieronimus Bosch (1450?-1516), y por otra parte, por supuesto, de la sofisticación y encanto de la propuesta surrealista. Este haz de influencias, temas y problemas vehiculizó un acercamiento explosivo de colores y técnicas que, al recuperar el manglar, la manigua y la jungla, dejó desconcertados a todos, sobre todo cuando terminó su extraordinario trabajo titulado La jungla (1942-1944). Era el momento en que la síntesis de ayeres y mañanas en Nuestra América se completaba de forma nunca vista antes. La capacidad de tratar la profecía, el buen decir sin insinuarse por completo, rasgar la necesidad de servirse del ayer para avizorar el presente, y la riqueza plástica con que todo el conjunto fue abordado en esa sola pintura, planteó problemas que los estetas de antes no podían resolver, a partir de los esquemas aprendidos de un abstrac-cionismo no siempre bien entendido.

La extraordinaria visión que hay en La jungla, apoyada en una infinita gama de matices, produjo un desconcierto repleto de signos negativos, como el hecho de que alguna vez fuera considerada una pintura de temática racista. Tal tipo de insinuaciones sólo puede ser atribuido a quienes se sintieron ofendidos por el audaz trata-miento de asuntos históricos y del presente. Por eso sigue siendo la clase de pintura que invoca más de lo que plantea. Denuncia tantas cosas que habría que dedicarle un artículo entero.

Después de pintada La Jungla, ya todo fue posible en el desarrollo artístico de Lam. Empezó a ser llamado neobarroco, neometa-físico, neoromántico y un sinfin de otros epítetos para recoger el desconcierto estético que la maravilla onírica de esta pintura producía.

La terminología artística o estética no refleja en realidad las angustias y premoniciones que esta alucinante tela provocó en el público, no sólo en aquel que conocía algo de arte, sino sobre todo en aquellos que habían manejado por siglos una frontera bien establecida entre teoría del gusto y teoría estética. Los debates, y la reacción muy negativa al principio, contra y sobre esta pintura establecían que Lam ya había fijado su código artístico, y que de ahora en adelante era el público quien tendría que afrontar los riesgos emocionales, sobre el impacto que su pintura eventualmente le produciría.


«Uno dentro del otro»: El Caribe y el París de Lam

Entonces el surrealismo más que un código estético, o una visión trascendentalista de la vida, era y es una actitud. De esta manera, la pintura de Lam le planteaba al crítico una serie de problemas a los cuales no estaba habituado, sobre todo cuando se trataba de un crítico muy inmerso en las codificaciones fáciles y convencionales.

Al final de la jornada, el trabajo que quedaba por hacer con la pintura de Lam no se reducía solamente a rastrear sus fuentes artísticas más entrañables, sino también a establecer los contactos factibles que se diseñarían a partir de ahí con los artistas y sus temas del presente. Por eso, alguien ha dicho también que la pintura de Lam todavía no alcanzamos a comprenderla en su totalidad.

Como se trata de un arte que va más allá de lo que el espectador espera encontrar, de acuerdo con sus posibles prejuicios técnicos, generó distintas reacciones y análisis muy diversos cuando se trató de «meter» al Caribe dentro de las recetas surrealistas para poder asimilarlo mejor. Es decir que Lam nos resultaría más digestible en la medida en que nuestra forma de acercarnos a él estuviera mediatizada por el código surrealista que estuvieramos manejando. Resulta que si la propuesta era hacer una lectura del Caribe desde la perspectiva de cualquier surrealismo, el pintor invirtió el proceso y propuso entender al surrealismo desde el Caribe. Indis-cutiblemente, el efecto fue demoledor porque dejó a los críticos europeos huérfanos de recursos para entender la santería por ejemplo, e hizo lo mismo con los críticos americanos, para quienes el surrealismo todavía era una fórmula incomprensible. Sería la novelística latinoamericana la que nos enseñaría el camino finalmente, porque, entre el progresismo europeo y el costumbrismo nuestro, tuvimos que tender puentes para que el trayecto hacia la modernidad se nos hiciera menos tortuoso, a pesar de lo que indicaban las dictaduras y los dictadores de algunos de nuestros países.


Reflexión final

El arte en Nuestra América nunca ha sido inocente. O tiene un engarce o tiene el otro. Pero siempre ha tenido o aspirado a que sus temas, problemas y técnicas posean algún grado de articulación efectiva con la realidad. Lo curioso de todo ésto es que hemos buscado el sentido de nuestra realidad en el extranjero. Esa búsqueda casi siempre se completa con el viaje de regreso a casa. Así lo prueba abiertamente Wifredo Lam.

Al lado de su genial obra, se encuentra una actitud moral, política y cultural que lo define como uno de los más grandes artistas latinoamericanos de la segunda parte del siglo. La visión reposada, sublime y al mismo tiempo crítica y veraz del Caribe hacen de Lam un artista que nos dejó todas sus grandes preguntas sin contestar. Y ahí reside precisamente la perentoriedad de su reto y de su programa estético para los artistas jóvenes del presente. La síntesis que se encuentra en la pintura de Lam deja abierto un conjunto considerable de asuntos por resolver. ¿Incompleta? Tal vez, pero el perfil de su obra, desde y hacia el Caribe, es uno de los grandes pivotes sobre los que ha reposado el legado de la cultura latinoamericana a la así llamada civilización occidental, la cual sin Wifredo Lam, no sería la misma.


* Rodrigo Quezada Monge es historiador costarricense. Ha publicado varios libros sobre la historia económica y social de América Central, y sobre temas de actualidad como la globalización y el totalitarismo. Es premio nacional de historia (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país.


Notas
1 Carpentier, Alejo. «Trayectoria de Wifredo Lam». En Letra y Solfa. Artes Visuales (La Habana: Letras cubanas. 1993). Pp. 139-140.
2 Ades, Dawn. Art in Latin America (Yale University Press, New Haven and London 1989) P.233.
3 Idem. Loc. Cit.
4 Ortíz, Fernando. «El cubano Wifredo Lam». En Etnia y Sociedad. (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. 1993) P. 252.
5 Carpentier, Alejo. Op. Loc. Cit.
6 Mosquera, Gerardo. Op. Loc.Cit.

    






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