Natalia Tilve García*

 

de entrada me gustaría señalar que con este breve artículo he querido contribuir a la afortunada tendencia a la que en los últimos años hemos asistido en lo que comporta a la recuperación de la mujer en todos los ámbitos posibles de la investigación. Y lo he hecho a partir de un elemento puntual, concreto, pero que no puede pasar desapercibido y que, en mi opinión, resulta enormemente interesante a la hora de ser analizado. Este elemento no es otro que la imaginería de lo femenino que nos presenta la publicidad1 ; un imaginario que no deja de ilustrar las contradicciones que descansan en los planteamientos culturales de nuestra sociedad. Es decir: por un lado, se propugna en la teoría un compromiso con la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, así como el respeto a todos los seres humanos sin distinción de sexo, raza o condición; por otra parte, la publicidad, como ocurre en otras esferas, comercializa imágenes que suscitan un condicionamiento social y educacional en donde se potencia la diferenciación y el sexismo. Nuestro texto, lejos de ser exhaustivo, se plantea más bien como una interrogante o conjunto de interrogantes posibles abiertas. Se plantea como una invitación a reflexionar sobre el mundo de la publicidad, sobre la estrategia consumista y, particularmente, sobre la manipulada y manipuladora imagen de la mujer, entendida como un valor-signo al que se le han asociado falsos significados. De cualquier modo, nos gustaría que esta aportación se interpretase como un punto de vista personal, no femenino, es decir, no asignado a ningún discurso feminista, aunque, como podrá comprobarse, sin dejar de constatar que las imágenes con las que la mujer se ha definido en la publicidad han subrayado su identidad sexual por encima en demasiadas ocasiones de su identidad como seres humanos.

La pretensión de este trabajo2 ha sido pues la de poner nuestra mirada en las cosas que representan otras cosas, en la imagen de lo femenino que nos llega por la vía de la publicidad, donde los fabricantes de imágenes hacen de la mujer objeto de culto, de deleite, de embeleso y de distracción. No se presentan seres individuales sino marcadores, estereotipos, señales que simbolizan, que ilustran, que indican, decoran, valorizan e identifican determinados productos. De ahí que podamos sostener que la publicidad ofrece un falso y engañoso espejo de lo que es la mujer actual; simplistas concepciones acuñadas que carecen de un verdadero sentido, homogeneizando valores, hábitos y conductas, que sólo dificultan la percepción de la compleja realidad y los múltiples puntos de vista del mundo que nos rodea. Ante el marco del actual fetichismo de la imagen, en un mundo íntegramente mediatizado, lleno de productos absolutamente impersonales, hechos a máquina y no tocados por la mano humana, la publicidad convierte a la mujer en un signo ritmado por el reclamo y la promoción.

A medida que los tiempos evolucionan, la publicidad se mueve con ellos, reproduciendo y dando forma a sus gustos en una carrera por acaparar ventas. En nuestra sociedad, en el campo de la lucha por la supervivencia, los bienes se distinguen cada vez menos por su propia utilidad y cada vez más por su prestigio social. Es un hecho indiscutible el poder que las imágenes han tenido a lo largo de la historia y tienen, acaso más aún, hoy en día entre nosotros. Sean fijas o animadas, en blanco en negro o en colores, mudas o parlantes, poseen la capacidad de tranquilizar y de soliviantar, de cautivar o suscitar rechazo; de provocar, en definitiva, algo distinto a la simple percepción. Uno es poseído por la imagen, que nos absorbe y nos invita a penetrar a beber en ella.

La maquinaria publicitaria, con sus funciones mediáticas que se traducen en voluntad de éxito y máxima difusión, hace uso de sus argucias, se sirve de sus propias herramientas para intervenir en su favor; tiene a su disposición asombrosas capacidades lúdicas, icónicas, fantásticas para dar con la fórmula mágica que hechice al consumidor. Son recursos como la novedad, la extrañeza, la singularidad, que despiertan la curiosidad del observador. Hace que la imagen sea útil, operativa, eficaz a sus intereses, dirigida al blanco de la sensibilidad con el auxilio de impecables trucajes e integrando la abstracción en lo visual. De tal modo, las proposiciones plásticas del medio obedecen a un deseo de impresionar al público y de llegar a él, desplazándose según los resultados comunicativos y la capacidad para producir una conmoción psíquica en el receptor.3 Como en cierta ocasión indicaba Miguel Angel Campos, los anunciantes, al igual que los sociolingüistas, adaptan el mensaje publicitario a sus potenciales receptores atendiendo al género de sus destinatarios, entendido como la consecuencia social y cultural de la división de la humanidad entre hombres y mujeres. Esta separación se basa en la asunción de que los distintos sexos poseen, al tener asignados diferentes papeles en nuestra cultura, distintas percepciones de la realidad y, por ende, diferentes códigos semióticos.4

La imagen del género5 femenino no escapa a esta regla y se convierte en espejo de sueños en los que se pretende atrapar al observador. En muchas ocasiones se trata simplemente de proporcionar una nueva envoltura a constantes de siempre, recurriendo a ideas que no son innovadoras sino que se han mantenido a lo largo de la historia del arte y de la cultura.6 Manipulada y manipuladora de un público relativamente heterogéneo en el que caben categorías múltiples, la mujer se revela para los publicistas como un elemento de persuasión y de fascinación que hace que el anuncio penetre y permanezca en la memoria. Se aprovechan de ese fondo irracional de creencias y de mitos que se alberga en la mente colectiva para buscar que la idea presentada se haga una más de ellas, multiplicando la potencia del mensaje.

La originalidad chocante de algunas imágenes, la atmósfera mágica que las envuelve o la musicalidad de las palabras hace que el receptor se sienta más afectado, captando su atención, despertando su interés, estimulando el deseo. Es el juego de la publicidad que envuelve en cuanto es apelante, que invita a sumergirse de modo activo-receptivo en el campo de posibilidades que abre. Esa capacidad lúdica implica rodear al público e impulsarlo a la acción, en arreglo a la teoría del juego que, siguiendo a A. López Quintas, sigue muy de cerca la experiencia de inmersión en lo envolvente, en conexión con su carácter ambiental-interferente, dando lugar a un modo de causalidad y de dinamismo.7

El discurso del consumo apela a las motivaciones psicológicas de las personas, para activarlas, potenciarlas y asegurar que con la adquisición de objetos se verán satisfechas: la seguridad, el sexo, el poder, la autoafirmación, la aprobación de los otros. El esquema de actuación es sencillo: el publicista construye un comprador ideal, un perfecto destinatario para su oferta y lo hace sirviéndose de una estrategia basada en conocimientos de marketing y de psicología acerca de los colectivos e individuos que son susceptibles de convertirse en compradores del producto. Es aquí donde se sientan las bases para la construcción de modelos sociales entre los cuales afloran los arquetipos femeninos. El marketing ha logrado, paralelamente, crear las imágenes necesarias para que un objeto tradicionalmente asociado a un sexo se pueda extender a otro, sin que por ello se vea dañada la identidad de sus nuevos usuarios.

Uno de los mejores ejemplos es el de los productos de belleza, que cada vez intentan más venderse a los hombres, aunque presentados de forma que éste no sienta menoscabada su masculinidad y comience a consumir cremas, perfumes y otros productos tradicionalmente asociados a lo femenino. La principal herramienta, para ello, es ofrecer el éxito sexual a cambio del producto, lo que explica que en escasas ocasiones se prescinda de la presencia femenina y que, en muchos casos, sea únicamente la mujer la que aparece. La seducción se caracteriza con frecuencia por el poder de evocación de unos ingredientes cuidadosamente elegidos que embriaguen no sólo al potencial consumidor, sino también a las personas que le rodean para que identifiquen la personalidad del producto con la suya. En significativas ocasiones, el reclamo es, sobre todo en el campo de los perfúmenes, la imagen de una mujer famosa -actrices, modelos, cantantes-, cuya belleza, elegancia y prestigio se trasvasan al producto, en el cual se simbolizan el glamour, el atractivo y el éxito que aquel renombrado personaje detenta. Surge de ello la falacia de que la portadora de la esencia adquiere dichos atributos, lo que, pese a resultar risible en un plano estrictamente literal, posee un gran poder psicológico.

Muy en relación con esto tenemos la imagen de la mujer como ser complejo, a la vez perverso y rebelde, con sus misterios sexuales y de carácter triunfador. Con una sonrisa casi siempre enigmática y presentada a la manera de una amazona de nuestro tiempo, se asienta agresiva e investida de una supremacía sobre el hombre. La mirada dirigida a un punto exterior, desprovista de amor, de aspecto leonado, expresando sobreentendidos contradictorios que se traducen en una perversión enmascarada por la aparente fragilidad de una emperatriz maligna, metáfora del comportamiento agresivo femenino. La idea de la adquisición y consumo del perfume se concreta en la satisfacción del deseo masoquista viril que la mujer- objeto del deseo cumple.8 Es la metáfora de la agresividad que subyace en la relación sexual, de la pasión como lugar de encuentro de fuerzas en tensión: dolor-placer, humillación-imposición, castigo-recompensa. Una imagen que, en definitiva, es el resultado de la tradicional visión que, desde la perspectiva masculina, se ha tenido de la mujer como objeto de deseo, viéndose el hombre enfrentado a obstáculos en la caza de su presa que no hacen sino incrementar su pasión. Son las sofisticadas armas femeninas que hacen que la mujer llegue a convertirse en un felino o en una fiera salvaje, lo que sólo hace que añadir riesgo y aventura a la persecución.

Nos encontramos asimismo, y sin dejar el campo de los perfúmenes de manera preferente, con la recuperación del estereotipo de la vampiresa exótica En este caso el perfume refleja el hechizo que ejerce la mujer sobre el hombre: es una tentación con todo lo que esto conlleva de maligno. Entra en el simbolismo de las perversiones femeninas decadentes, o lo que es lo mismo, la mujer que es capaz de poner en marcha todos sus recursos ocultos para embaucar, hechizar y finalmente hacer caer al hombre en sus redes; una diablesa lujuriosa que surge de una penumbra subterránea, cavernosa para incitar a la posesión y saciar sus deseos alimentándose no ya de sangre, sino de perfume amoroso, y, explicitando las sensaciones de la usuaria, cautivando finalmente al hombre.

Entre las "formas" de lo femenino que más habitualmente se nos presenta tenemos aquella en la que se ofrece una imagen idílica de la belleza a través del desnudo. En ocasiones fusionada con la naturaleza en el marco de un paisaje arcádico, paradisíaco; una naturaleza con la que la mujer mantiene una especial connivencia y afinidad - como la identificación entre la ligereza de un artículo de ropa interior y la frescura de un florido jardín -. Un marco incomparable que invita a la mujer, ninfa o sirena, a encontrarse en situación de vivir día a día desnuda a orillas del mar o al amparo de un vergel en salvaje libertad, lejos del marco urbano cotidiano, tan sólo vestida con un perfume o un desodorante.9 Es la abusiva visión que se utiliza para captar a la clientela en una variada gama de artículos relacionados con el baño, con las cremas bronceadoras, hidratantes y celulíticas, entre otros productos de higiene y belleza, donde se nos invita a penetrar en un ambiente reservado a los rituales del cuidado femenino, el del cuarto de baño o el dormitorio, manifiestos o no. En ellos, la mujer, consciente de nuestra indiscreta mirada y de la invasión en la esfera de su privacidad, acepta e incluso estimula la impudicia, rozando los límites aceptados por el común de la sociedad en lo que se refiere a la obscenidad, pero sin atentar al público pudor. Es un desnudo juvenil, armonioso y anónimo, donde la modelo no suele mirar al público, sin exhibicionismos; aceptable por tanto. Es el desnudo de la consumidora atrayente que invita a la adquisición, que suscita el convencimiento de que una figura ideal no es un sueño, que el empleo del artículo permite a la cliente liberarse de taras físicas y psíquicas, ejercer la seducción y resultar atractiva y deseable.

Otro esquema no menos abundante y contrapuesto en buena medida a los anteriores es el de la imagen aséptica de la madre, más o menos pulcramente vestida, revestida de una aureola de discreción y limpidez y sin signos distintivos de atracción sexual. Vendría a ser lo que podemos tener como el arquetipo de la "maternidad", el cual prolifera en los anuncios relacionados con los productos de consumo infantiles -pañales, biberones, papillas, leches y otros productos de la gama de la alimentación y del cuidado del recién nacido. Son imágenes dulces, entrañables, cándidas, donde cromáticamente se juega con colores tradicionalmente asociados a la pureza, como el blanco y el azul.10

No en demasiadas ocasiones, es cierto, pero sí con una cierta frecuencia tenemos la imagen del triunfo social de la mujer y de su triunfo humano como ser autónomo. Es decir, una visión de la mujer intrépida, trabajadora e independiente, que toma conciencia de su identidad, que exige estar en el centro de la trama y mantenerse en situación de igualdad con respecto al hombre. Emancipada, tiene un trabajo profesional, ejerce una función fuera de la familia y se dedica incluso al cultivo de actividades intelectuales, aunque sin que ello suponga la pérdida de su sensualidad; sin pretender suplantar al varón o virilizarse ella misma. Encarna la protesta contra la rutina y la trivialidad de la existencia, saliendo de la sombra y esgrimiendo su capacidad para detentar el poder.11 Las propuestas presentan diferentes tipos de productos como aliados de la mujer y de su independencia. La elección y el empleo perceptible de la mercancía se manifiesta como garantía de que la consumidora obtendrá esa determinada imagen, ese estilo especial de vida, viéndose a sí misma progresista y actualizada, cuando menos diferente al resto. Es a veces una moderna mujer ejecutiva, a la vez práctica y seductora, despreocupada por la casa o la familia -posiblemente porque no la tenga-; o bien la profesional y ama de casa que, gracias a los electrodomésticos y a los nuevos productos de limpieza, es capaz de asumir ambos trabajos siempre con la sonrisa en la boca. Diferente, en todo caso, a la tradicional visión del ama de casa, permanentemente obsesionada por la limpieza -el producto limpiador que sirve para todo, la desinfección profunda, la blancura de la ropa- y por la alimentación de los suyos -el zumo con más vitaminas, el fiambre que les alimenta, los postres que les gustan.

Para finalizar este somero recorrido no podemos olvidarnos de un abundantísimo y variado conjunto de imágenes publicitarias, en parte relacionado con los anteriores esquemas, donde la mujer se ve acompañada, explícita o implícitamente, por la presencia masculina. Sobresalen quizá aquellos casos en los que el varón se ve significado por un fragmento anatómico o por cualquier otra huella que sea indicativa de su presencia -su fotografía, una corbata, sus manos- y que tiene por objeto simbolizar que el motivo último de la adquisición y el consumo del producto publicitado es lograr su satisfacción. A veces, con la argucia de la sutil y velada alusión a lo masculino a través de elementos de más o menos oculto o manifiesto simbolismo fálico. Frente a la mujer que exhibe sus atributos el hombre asume, con frecuencia, el papel de mirón del espectáculo, aunque también puede revelarse el mismo como objeto de deseo. Subyace en otros casos la idea de que la mujer amansa la fiera que encierra el hombre; el varón como juguete de la mujer; incluso la imagen del hombre inclinado al masoquismo, voluptuosamente humillado ante la mujer que es capaz de proporcionarle el máximo placer y el máximo dolor, como respuesta a ocultos deseos masculinos que llevan al varón a presentarse como un ser frágil y humillado, propenso a una idolatría esclavizante. Pero también lo masculino se concibe en ocasiones como tierno, sencillo, afectuoso, cómplice con su mujer y sus hijos, comprometido con los asuntos de cada día, e incluso con apariencia confusamente femenina.

En todo caso y ya concluyendo podemos afirmar que ninguna de las imágenes que hemos examinado, al igual que, generalizando, todas las que forman parte del universo publicitario, responden fielmente a una realidad, la de nuestra sociedad, que es mucho más compleja. Estos y otros estereotipos no tienen en cuenta, por ejemplo, que hay muchas clases de mujeres que no trabajan -las que no lo necesitan y no lo desean, las que lo desean y no pueden porque carecen de calificación y no hay mercado de trabajo, las que tienen a su alcance posibilidades para realizar una actividad placentera sin remunerar-, ni tampoco la variedad del panorama de la mujer trabajadora -desde las que poseen un puesto altamente cualificado, a las que trabajan por horas, las que se dedican a una actividad de carácter intelectual, las que disfrutan con su trabajo, las que lo detestan-. Y, por supuesto, desde el punto de vista sexual, el abanico de posibilidades se abre casi hasta el infinito y nada tiene que ver con esos clichés antagónicos que contraponen la mujer fatal a la santa madre de familia. Por último, también hemos de tener presente cómo a lo largo de la historia la seducción y la posesión de las mujeres ha constituido uno de los rasgos fundamentales que han sido utilizados para definir la masculinidad; seducción llevada a cabo, de manera harto frecuente, mediante la fuerza o el engaño, donde el varón es el motor del deseo sexual, en contraste con la pasividad o el sentimentalismo femenino.

 

*Natalia Tilve es profesora de historia del arte de la Universidad de Oviedo.

 

 

Notas 1 "Publicidad es toda forma de comunicación realizada por una persona física o jurídica, pública o privada, en el ejercicio de una actividad comercial, industrial, artesanal o profesional, con el fin de promover de forma directa o indirecta la contratación de bienes muebles o inmuebles, servicios, derechos y obligaciones" en Ley General de Publicidad, Ley 34/1988 del 11 de noviembre.

2 Desde el punto de vista metodológico se ha seguido la propuesta por la historiadora Mary Nash, quien señala que "quizá fuera más acertado de cara al desarrollo de una historiografía de la mujer elaborar una teoría y metodología que permitiera abarcar las dos dimensiones de la experiencia femenina, es decir, una confluencia de la teoría de la victimación con la de su protagonismo histórico (...) habría que superar este esquema teórico para abarcar la experiencia colectiva de la mujer en el pasado, en toda su complejidad, y establecer las relaciones y articulaciones entre ambas dimensiones. El análisis abandonará el estudio de la mujer como grupo social que reacciona únicamente ante las restricciones de una sociedad patriarcal, aunque, sin ignorar la opresión de la mujer, buscará la comprensión de los mecanismos patriarcales de dominio-subordinación en las diferentes sociedades históricas". En NASH, M. y otros: Presencia y Protagonismo, aspectos de la historia de la mujer. Serbal, Barcelona, 1984, p. 16.

3 Se trata en particular de la utopía de las nuevas imágenes donde la simulación elimina el simulacro, en arreglo a la definición de Régis Debray, en Vida y muerte de la imagen. Paidos, Barcelona, 1994, pp. 237-238.

4 En "Women´s Lib -Women´s Ads: la mujer como destinataria del discurso publicitario", Género y Sexo en el Discurso Artístico, Universidad de Oviedo, 1994, pp. 155-167.

5 Como señala J.W. Scott "por género entiendo, no sólo papeles sociales para mujeres y hombres, sino la articulación (metafórica e institucional) en contextos específicos de las concepciones sociales de la diferencia sexual". Dentro de esta definición quedarían incluidos los símbolos y mitos transmitidos culturalmente que forman parte de la memoria colectiva; conceptos y normas contenidos en las doctrinas religiosas, científicas, legales, educativas y políticas; la segregación introducida por las organizaciones e instituciones económicas y políticas; por último, la identidad subjetiva en relación a la organización sociocultural. Ver SCOOT, J.W.: "Sobre el lenguaje, el género y la Historia de la clase obrera", Revista Historia Social, nº 4, 1989, p. 84. También del mismo autor "El género: útil para el análisis histórico", en AMELANG, J.S. y NASH, M. (Eds): Historia y Género. Alfonso el Magnánimo, Valencia, 1990, pp. 45-47.

6 Son soluciones recuperadas que entran dentro de esta era de la información en que nos vemos sumergidos, objetualizada por una actitud postmoderna con su ligereza de espíritu, su disposición para atraer y distraer exigiendo a cambio pocas cosas. Ver GARDNER, J.: ¿Cultura o basura? Acento, Madrid, 1996, pp. 79-85.

7 En Estética de la creatividad. Promociones Publicaciones Universitarias, Barcelona, 1987, pp. 98-100.

8 No está lejos de la Lilith que nos describe Erika de Bornay como esencia de la mujer fatal, la cual adquiere unos caracteres tradicionalmente considerados como masculinos, tales como la fuerza, la dominación o el poder. En Las hijas de Lilith. Cátedra, Madrid, 1990, pp. 106 y ss.

9 Fue Marylin Monroe una de las precursoras de esta concepción del perfume como prenda de vestir, al afirmar que siempre usaba como pijama unas gotas de Chanel nº 5, el emblemático perfume que Coco Chanel lanzaba en el año 1921, sentando las bases de esa asociación que hoy en día se mantiene y que vincula perfume y Alta Costura.

10 Es una visión no demasiado distanciada de aquella que nos describe Estrella de Diego en el capítulo que dedica a las "Madres y esposas" dentro de la imagen de la mujer decimonónica española: "La mujer, criatura pura y abnegada - pero sólo siendo esposa y madre, su estado natural - se convierte en el "ángel del hogar", sumisa, solícita, caritativa y virginal. El concepto de "esposa modelo" - que tristemente ha sobrevivido incluso a dos guerras mundiales (guerras que en apariencia acabaron con gran parte de los preconceptos femeninos) -. En La mujer y la pintura del XIX español. Cátedra, Madrid, 1987, p. 114.

11 Amelia Valcarcel se pronuncia en estos términos: "Las mujeres ya tienen el poder, ya tienen su parte masculina de mal. Son ingenieras, médicas, abogadas y guardias civiles, lo mismo que sus antónimos son ingenieros, abogados, médicos y guardias civiles. El cambio se ha operado y los discursos radicales se han desactivado. Las mujeres han llegado incluso a atisbar que el cambio tiene alto precio y saben ahora de sus malas consecuencias". En Sexo y filosofía, Antrophos, Barcelona, 1994, p. 83.


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