Una artista que surge del ámbito Universitario
de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Montevideo, Institución controvertida
y a la vez precursora de formas experimentales de enseñanza del Arte
en el Río de la Plata, ya desde fines de la década del 50. Cerrada durante
la dictadura militar y reabierta en 1985 con el advenimiento de la democracia
en Uruguay, la escuela retoma su vocación reformista incorporando el
protagonismo de aquellas generaciones que no pudieron acceder a ella
con anterioridad. Dentro de este grupo se encuentra Silvia Cacciatori,
una mujer que surge de la sociedad uruguaya; una sociedad bastante machista
y practicante tenaz de la intromisión en la privacidad ajena. Sin duda
alguna, un ambiente para nada favorable para que una mujer con tres
matrimonios y criando hijos de todos ellos, pase desapercibida. Silvia
genera una serie de productos artísticos que cuestionan agudamente los
prejuicios contenidos en las bases y cimientos de nuestra cultura. Todo
el sarcasmo contenido en su obra es una prolongación de su performática
asunción de su condición de madre y esposa.
A través de la iconografía propia de la matriz
cultural uruguaya y más específicamente capitalina, Silvia practica
su cruda referencia en la que se combinan el imaginario y el ser mujer,
en un agregado de elementos religiosos de origen judeo-cristianos con
imágenes femeninas escapadas de los viejos catálogos de las tiendas
del Londres-París donde hacían las compras nuestras abuelas.
Más allá de su búsqueda, realizada a través de
las sagradas escrituras y otros escritos antiguos que de un modo u otro
hacen referencia a la condición de la mujer, Cacciatori proyecta el
compromiso vital y su legítima rebeldía a través de modalidades diversas
de lenguaje que pasan por la instalación, el registro fotográfico y
la animación realizada con asistencia de ordenador. El collage ha sido
muchas veces su recurso preferido, que luego utiliza como base en su
trabajo en infografías y animaciones. Su ímpetu por revelar la hipocresía
y el permanente simulacro en torno a los excesos que nuestra sociedad
ha propendido contra la condición de la mujer, la conduce a transgredir
todo preconcepto en relación a las categorías de lenguaje utilizadas
y la hace irreverente ante las conductas que hacen a las propuestas
artísticas socialmente susceptibles de una feliz recepción. Irónicamente
nos pone de cara ante una sagrada barbarie, conjugando una estética
religiosa de difusión popular, y exacerbada en el ámbito de la más solemne
santidad del canto gregoriano, profiere un corte que hace sangrar abundantemente
a nuestra cultura, a través de la letra cruda.
Refiriéndose a la mujer inmunda en realidad se
refiere a nuestra inmunda y miserable condición, al avergonzarnos de
nuestra propia humanidad, humanidad que esta artista expresa por otro
lado como un don, dejando ver diáfa-namente, que percibe lo alejada
que esta manifestación está de una realidad que no le es ajena, que
ella profesa y en su intimidad ama, y que aunque parezca paradójico,
también reconoce su naturaleza
divina por sobre todas las cosas.
*Fernando
Martínez Agustoni
es profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes de la Universidad
de La República, Uruguay.
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Heterogénesis
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