911 Raw: The Anti-Mirror of a New Century

911 Crudo: El Anti-Espejo de un Nuevo Siglo

9.11 Rå: Det nya århundradets antispegel

 

Elías Adasme
(Puerto Rico)

 

El presente video performance busca establecer un nexo histórico entre dos fechas dramáticamente cargadas de múltiples significados: el 11 de septiembre de 1973 en Chile, mi país natal; y el ataque terrorista a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York.

En ambos casos, se torna evidente el lado más oscuro de la conciencia humana, manifestándose a ultranza con su secuela de muerte y destrucción. Pareciera que - paradójicamente- Tanato hubiera elegido con premeditación y alevosía un mismo día martes en horas de la mañana, para orquestar en la historia -con veintiocho años de diferencia- su desalmada sinfonía de horror.

Tenía 18 años el martes 11 de septiembre de 1973 en Chile, cuando me tocó presenciar el manotazo duro y homicida de un golpe de estado que cercenó brutalmente las esperanzas de un pueblo y de toda una generación por un mundo mejor. El verdadero poder oculto detrás de los tanques y aviones de Pinochet, emanado de los cuarteles del Pentágono en Washington, lograba una vez más, imponer su hegemonía ideológica, amparándose en una doctrina de Seguridad Nacional enmarcada en el contexto de la llamada Guerra Fría.

El Palacio de La Moneda, sede del gobierno y símbolo de la continuidad democrática de la sociedad chilena (aún con todas las imperfecciones que ésta tenía), fue bombardeada y parcialmente destruida. Las imágenes del edificio en llamas dieron la vuelta al mundo, imprimiendo en la retina de cientos de miles, la inusitada barbarie de unas fuerzas armadas que, -hasta esa fecha- habían jurado respetar el orden constitucional y el estado de derecho. Se producía con ello, un crudo quiebre histórico, que tardaría decenios en volver a recomponer un espejo unitario donde el chileno pudiera volver a ver reflejada su vida política, económica y socia, labor que aún perdura. Aquella fatídica fecha quedó cincelada en mi memoria como el día en que el Imperio atacó con saña y crueldad.

El martes 11 de septiembre de 2001 -ahora con 46 años- vuelvo a ser testigo de otro episodio de barbarie y terror. Fanáticos islámicos atacan y derriban las torres del World Trade Center en Nueva York, utilizando aviones de pasajeros como misiles, en una cruenta operación suicida. La magnitud de esta brutal acción es imposible de soslayar, más cuando los medios masivos de comunicación locales e internacionales, dramatizaban in situ y minuto a minuto los pormenores del acto. Las miles de vidas inocentes truncadas ese martes evidenciaron en forma inequívoca, las graves fisuras del mundo unipolar heredado tras la caída del Muro de Berlín. Un mundo que, en función de salvaguardar los intereses de los grandes y poderosos, expande su dominio político mediante la homogenización de gustos, costumbres y valores de sociedades hiperdesarrolladas, de una manera impositiva y unilateral, lo cual va dejando -como la estela del caracol- una imborrable huella de odio, resentimiento y frustración en amplios sectores de la población mundial. Ahí es donde radica el peligro mayor.

El rudo ataque a las metrópolis norteamericanas fue un ataque directo a los símbolos de poder en las mismas entrañas del Imperio, que hizo saltar por los aires, la monolítica e ilusoria imagen a la que el estadounidense estaba acostumbrado a mirarse en el espejo mundial. Imagen alimentada durante decenios por la intolerancia, el racismo, la xenofobia y el dominio opresor.

Lo más inquietante ahora es el resultado de todo esto. Porque ya hemos visto que, contrario a las recomendaciones de sabios notables en la esfera mundial llamando a la cordura y al ejercicio de una política racional, el Imperio atacado responde con su habitual costumbre de aplicar la Ley del Talión. Cual bestia acosada y herida, por lo tanto más peligrosa, desenmascara su verdadero rostro de poderío económico y descarga su furia con toda la superioridad bélica que su industria armamentista le permite esgrimir. El Imperio pasa de la crudeza del raw a la inversión semántica de war (guerra).

Poco importan las vidas de civiles inocentes que caen día a día en Afganistán, Palestina, Irak, o en cualquier otro lugar donde el Imperio ve impugnado su poderío. Eso es sólo collateral damage (daño colateral) que no cuenta a la hora de evaluar las operaciones militares. Al igual que en conflictos pasados, el Imperio y su aparato propagandístico de guerra hacen un llamado a los suyos: I need you (Te necesito), para acudir al llamado patriótico que lave la afrenta sufrida el 11 de septiembre.

Como doble testigo histórico y como artista de mi tiempo, me resisto a avalar estas atrocidades. Me resisto a ser parte de las trizaduras de un espejo cuya ruptura fue instigada por la ceguera y la arrogancia imperial, suplantando en mi mente la reacción visceral de Tanato, por el inteligente axioma de Platón: “La duda, es el primer paso de la reflexión”. Quizá, sea un mecanismo de sobrevivencia en esta hora crucial. Por ahora sólo sé que mi biografía no deja de navegar entre dos siglos y mi pecho sigue sintiendo “un sólo dolor universal”.


 

El Imperio ataca,
el Imperio es atacado,
el Imperio responde.
Mientras, mi biografía navega entre dos siglos.
Soy un doble testigo histórico,
de un solo dolor universal.

 

Heterogénesis

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