El
cuerpo, como imagen corporal o como concepto o idea está de hecho
implícito o deliberadamente explícito en casi todo nuestro
hacer y nuestro decir. Las imágenes y los objetos de arte nos
lo han hecho ver desde los primigenios grafismos y símbolos hasta
las más recientes experimentaciones del body-art y del arte accional
contemporáneo. Pero no es sino hasta en tiempos más recientes
cuando de una manera más o menos intencional y programática,
a la par o en contra de la mirada anatómico-científica
y racional de la medicina y la psicología del siglo XX, los artistas
se proponen explorar desde otras perspectivas el ser y la naturaleza
de esto que llamamos cuerpo, soma, materia viviente, res extensa. Si
el primer racionalismo extremo proporcionaba el esquema de una mente
separada o independiente de un cuerpo, será precisamente el arte
en sus varias modalidades (literatura, pintura, cine, danza, escultura,
arquitectura) quien tomará a su cargo la tarea de resignificar
el espacio y la dimensión semántica del cuerpo en el interior
de cada cultura o tendencia. El tema del cuerpo como centro o de la
percepción, del saber y de la interpretación del mundo,
es y ha sido un tema casi permanente: no hay que olvidar, por ejemplo,
la fuerte presencia y resonancia sígnica del cuerpo como doble
y como réplica a partir del pop norteamericano y las experiencias
a nivel del hiperrealismo. Así como también la casi indispensable
representación de la corporalidad en las propuestas más
significativas del video-art a partir de los años sesenta hasta
hoy. En las Bienales de arte organizadas en Venezuela, a partir de finales
de los sesenta, podemos encontrar todo un vasto repertorio de obras
y experiencias dedicadas al cuerpo como tema y como espacio teórico
de reflexión plástica.
En
esta oportunidad confluyen en la galería La Otra banda dos propuestas
que, si bien se articulan finalmente en una experiencia de síntesis
(un performance con algunos rasgos ritualizados), mantienen una autonomía
como discurso alrededor del cuerpo. La puesta en escena espaciotemporal
es altamente interesante porque, en el fondo, se propone para el mismo
espectador-lector un trabajo libre y desinteresado de costura
y de interpretación partiendo de dos textos visuales que, en
principio, parecen no tener muchos puntos de contacto. Esta no coincidencia
es sólo aparente y superficial pues en seguida el lector puede
establecer relaciones entre las piezas o trajes-escultura de Angélica
Castillo que ocupan intencionalmente el centro de organización
del espacio, y las series de objetos-fotografías y escrituras
de Luvin Morales que se disponen cubriendo las paredes a modo de contenedor
y de página al mismo tiempo. El espectador entra en un escaparate
altar o vitrina de moda en la cual las superficies o espejos son trabajadas
como textos y superficies de escritura.
Lo
que los autores han denominado como el cuerpo como lugar del artificio
se conjuga con los altares y vitrinas del deseo. Un eje virtual que
une ambas ideas pasa , por el centro, a través del gran origami
o traje de pliegues, objeto-centro de la muestra. Los títulos
de las piezas nunca dejan de ser significativos: reverso de mi
cuerpo, molde 1, molde 2, la muerte
de Ofelia.
Las
fotografías trabajadas e intervenidas de Morales interactúan
con escrituras y grafías a veces ilegibles o automáticas.
Las imágenes fotográficas a color, referidas al pop-art,
y un poema de Gibran Jalil Gibran sobre la forma se enfrentan espacialmente
a un altar de objetos y sustancias para acicalar el cuerpo. Una serie
que evoca la prohibición de los mandamientos judeocristianos:
observando, caminando, pensando
se opone a otra serie de fotografías graficadas y coloreadas
donde el tema es el cuerpo por partes o piezas y atado, el cuerpo tatuado
y de algún modo el cuerpo de la muerte. Juegos de sombras y anamorfosis
que desplaza el punto de vista habitual desde el cual se tiende a observar
la representación del cuerpo humano a través de las imágenes.
Desde
el discurso del traje-objeto y del traje-escultura, el espectador-lector
debe pasar consecutivamente a los montajes y de-collages fotográficos
en un juego que parece fundarse en una imagen y concepto del cuerpo
que configura una estructura de sentido cuyos bordes no son radicalmente
opuestos: En los objetos de A. Castillo un sentido del cuerpo que se
transforma, se pliega, se vuelve semitransparente o señala su
negativo y molde como un vacío necesario. Un cuerpo del arte
y un cuerpo biográfico que hablan de una conjunción posible
sobre el eje de lo simbólico y de lo imaginario. Un cuerpo-signo
donde por otra parte, la selección y trabajo sobre el material
reviste una importancia fundamental.
En
las fotografías-objeto de Morales un cuerpo que tiende más
a la idea de la fragmentación del cuerpo ( lo que filósofos
como Deleuze y Guattari denominaron como máquinas deseantes )
y que quizás por ello muestra rasgos plásticos de distorsión
y cierta anamorfosis, de ilegibilidad y de superposición deliberada
de elementos a la manera del collage. Pero no nos remite al collage
de la buena forma de los cubistas o de cierto expresionismo
sino más bien al bad art y la bad painting de los años
setenta y ochenta. En las series de Morales hay signos o figuras que
remiten al acto de una costura casi imposible, de la yuxtaposición
imaginaria de zonas del cuerpo.
Estas
dos series de imágenes-objetos , la una más metafórica
y la otra más metonímica proponen la posibilidad de una
interacción y de un diálogo solamente a través
de la lectura del espectador. ¿Hay una continuidad posible entre
el cuerpo fragmentado y erosionado al límite por la idea del
los rituales de la muerte, y el cuerpo como unicidad que muestra la
versatilidad de sus pliegues y sus transformaciones, en un ir y venir
entre lo lleno y lo vacío, entre la opacidad y la transparencia?
En
efecto a los fragmentos escriturales de un cuerpo mutilado donde se
asoma lo abyecto y el temor a la desaparición y la exclusión
corporal (L. Morales), se oponen las metáforas del calco del
molde y del pliegue (A. Castillo) , pues los trajes esculturas remiten
de algún modo a una matriz y a un proceso de conexión
orgánica con un cuerpo único del cual proceden las reproducciones
. A la cultura de la herida y el cuerpo por partes se opone e integra
el cuerpo lúdico del deseo y la transformación.
Quizás
una vía de respuesta para la interpretación conjunta sea
ese gesto y ese performance ubicado en el cruce y final
de la propuesta de ambos artistas. Una posibilidad viva y en el tiempo
mismo de la recepción, tiempo de la obra que se confunde con
el tiempo real de nuestra percepción. Un Aquí y un ahora
donde el cuerpo se cubre y se transforma en superficie de escritura,
memoria y acto, caducidad y muerte como reverso de la vida. Deseo de
unicidad y completud que puede atravesar sin embargo los signos del
fragmento y remitirnos a una totalidad abierta donde adquiere sentido
una experiencia estética del cuerpo.