Las
esculturas pintadas de
Pepe Viñoles (Melo, 1946), nombre con el cual la galería
Lisse Brunn de Copenhague titula su muestra en esa ciudad, derivan de
una vertiente del arte moderno resignificada en América Latina
con el retorno a Uruguay de Joaquín Torres García a comienzos
de los años 30 del siglo pasado. Ya en los primeros decenios
del siglo XX la figura emblemática del dadaísmo, Marcel
Duchamp, había sacado la obra artística de sus formas
y soportes convencionales para extender su campo a todos los objetos
que nos rodean. Hablaba así del objet trouvé, es decir
de esos objetos de desecho que la sociedad industrial y el consumo masivo
van dejando tras de sí como una suerte de segregación
innoble. Por primera vez en la historia del arte, la mirada del artista
se vuelve de las formas tradicionales canonizadas del arte burgués
pintura, escultura, dibujo y grabado- hacia objetos carentes de
prestigio tanto para las normas estéticas que existían
hasta el momento como para el mercado en gene-ral. Al mismo tiempo,
este cambio o ampliación de la mirada abandonaba una concepción
formal y literaria de la representación para abarcar un terreno
infinitamente más amplio, en donde la abstracción no es
equivalente a la falta de sentido sino a la riqueza poética de
la ambigüedad. Los objetos de desecho están marcados,
en su marginalidad, por la sociedad de la cual provienen, y su reinserción
en ella a través del arte no borra esa huella sino que la destaca
con una nueva serie de significados a los que no es ajena la ironía,
el humor y a menudo la crítica más ácida.
En
Uruguay, país del cual proviene Pepe Viñoles, fueron Torres
García y sus alumnos quienes primero utilizaron ese procedimiento
al incorporar maderas de desecho en sus composiciones contructivas.
La corriente constructiva fundada por Torres se asentó en una
minuciosa elaboración teórica y dinamizó con vitalidad
el arte latinoamericano entre los años 30 y 50 del siglo pasado
al proponer una elaboración de las conquistas y procedimientos
de las vanguardias europeas desde el ángulo de la periferia o
desde el sur, como los constructivistas acostumbraron a
decir.
La
visión de un arte no encerrado en cánones formales, cuya
producción no depende de materiales y técnicas tradicionales,
fue heredada por los jóvenes artistas de la segunda mitad del
siglo aunque no compartieran ya los dogmas del constructivismo y la
llamada Escuela del Sur. Los artistas latinoamericanos se han caracterizado
por aquello que el brasileño Oswald de Andrade denominó
antropofagia, o sea esa suerte de canibalización
de las corrientes artísticas llegadas de los países centrales
como tarea constante de inversión o modificación de valores
semánticos y éticos que tiende a expresar las pulsiones
estéticas más profundas de un continente cuya historia
política y cultural se caracteriza desde hace más de quinientos
años por una lucha permanente para alcanzar su independencia
de los centros hegemónicos. De esa forma, lo que para los dadaístas
fue en su momento una significativa transgresión del arte burgués,
para los latinoamericanos ha sido casi una orgullosa incorporación
de la pobreza y la precariedad marginal, propia del continente y de
todas las periferias, al lenguaje del arte.
Es
importante entender ese contexto original para ubicar las esculturas
pintadas de Viñoles. La utilización que hace el artista
de todo tipo de maderas de desecho y otros materiales no es un gesto
estético gratuito sino la afirmación de un lenguaje y
una identidad. Las veladuras de color que cubren las maderas y el ensamblaje
de composiciones que aluden tanto a obras constructivas como a las creaciones
del expresionismo abstracto, o incluso a la síntesis de piezas
minimalistas, no desfiguran sino que recrean lo esencial: el cariño
por la materia marginada, la vitalidad y la frescura de lo otro
como afirmación del otro, ese ser universal que representa
hoy más que nunca la paradoja de las mayorías ausentes
del poder. No hay en esta obra ninguna pretensión trascendente
y por lo mismo, por esa carnavalesca alianza de lo humilde y lo lúdico,
de la pobreza y la alegría, tiene connotaciones humanas que rara
vez se encuentran en el arte de estas latitudes. S. A.
(*)
Sergio Altesor es artista y escritor