Maya
Hald trabaja con una identidad de género heredada de una cultura
machista, que a través de los siglos ha ido cambiando muy poco
y que está llena de contradicciones.
En
un escenario poco iluminado, ubica una mesa donde instala un maletín
con maquillaje y distintas ropas que va poniéndose y que la van
transformando en distintos personajes de esa identidad que denuncia
y contra la que se resiste. Una cámara de video registra todos
los detalles de esa transformación y los proyecta en un muro.
Se
maquilla exageradamente el rostro, se pone pechos de silicona y se viste
de manera provocativa transformándose en la mina
que los medios de comunicación y la sociedad señalan como
ideal, pero que al mismo tiempo, en la cotidianeidad, condenan. Es Marilyn
Monroe subida al pedestal de la fama lograda mostrando pocas células
grises y muchas curvas, que los distinguidos hermanos Kennedy manosean
para luego desecharla y seguir con su propia carrera junto a mujeres
más dignas; también es Monica Lewinsky que
publica memorias y hace carrera basada en una chupada de
pene al presidente de los Estados Unidos. ¡Bravo! clama el vulgo,
ansioso de gozar de estos privilegios reservados a presidentes
y gente poderosa; bravo, pero no en mi casa, reza la doble moral.
Mientras
desde su pedestal Maya sonríe al público en su papel de
objeto sexual, se escucha a la rappera D Muttant protestar contra esta
imagen.