En
la instalación Ser imaginado, Florencia Flanagan muestra
dos bloques de resina poliéster, en el interior de uno de los
cuales aparecen incluidos dos cuerpos mutilados. Uno es el de la muñeca
Barbie y el otro el de su novio, el también muñeco Ken,
(personajes recurrentes en su obra). A ambos les falta el rostro, y
a él, además, le falta una de sus piernas. En el siguiente,
apenas se marca la huella, la impronta, de los cuerpos (ausentes) de
los dos muñecos. Estos bloques ofician como los extremos de una
línea, y van a constituirse en los vértices de un triángulo
virtual configurado por la artista en el espacio. En el tercer vértice
del triángulo, un freezer en el que se almacenan bandejas descartables,
las que a su vez contienen fragmentos de cuerpos de muñecos.
Y al centro de este triángulo pende una esfera espejada. Asimismo,
en uno de los lados, hay una pequeña figura. En resumen, resina,
muñecas, partes que son como repuestos de muñecas y un
espejo.
El tema del empleo de muñecas en la iconografía artística
tiene su historia. Ella podría desplegarse desde E.T.A. Hoffmann,
en la literatura, con el clásico El hombre de Arena, pasando
en las artes plásticas por Hans Bellmer, La media muñeca
1971, hasta Cindy Sherman, s/t # 253, 1992.
Hace
cuarenta años, la inventora de Barbie se había propuesto
crear unas muñecas que reflejaran el ideal de las estrellas de
cine de ese tiempo; paradojalmente, las mujeres de ahora son quienes
quieren parecerse a la hoy famosa muñequita. Tan es así,
que puede advertirse (y hasta documentarse) una persecución casi
histérica de ese modelo. Cindy Jackson, una convencional ama
de casa americana, por ejemplo, se sometió a más de 20
operaciones quirúrgicas para parecerse a la blonda muñeca,
sin lograrlo, claro. Aquí, Flanagan estaría cuestionando
el estatuto que le asigna a la mujer el imaginario colectivo que se
había dejado seducir por las Barbies.
Pero eso no es todo. Flanagan incorpora, además, una Barbie reducida
a un torso con rueditas en lugar de piernas. Esta modificación,
determina que la Barbie familiar deje de serlo. Esta sustitución
de lo orgánico por lo mecánico hace que Barbie se torne
súbitamente siniestra. ¿Ejemplo de lo siniestro o, más
bien anticipo de una fantástica bioingeniería? ¿Implante
de piezas metálicas? ¿Por qué no? El experto biónico,
Dr. William H. Dobelle, sostiene que Con el cambio del siglo cualquier
órgano importante, excepto el cerebro y el sistema nervioso central,
tendrá sustituto artificial.
En todo caso, hoy es frecuente la referencia al mercado negro
de órganos, a la creciente demanda de órganos
y aun a las prótesis de alta tecnología. Los
americanos se venden cada vez más: su sangre, su semen, sus óvulos,
incluso sus recién nacidos. Y cada vez más los investigadores
y las grandes compañías están ofreciendo ´productos
humanos: órganos, partes de feto, tejidos, cepas de células,
compuestos bioquímicos y genes... El precio corriente de nuestras
posesiones más íntimas ha creado un mercado en alza del
cuerpo humano. En la posthistoria, pudiera coincidirse con quienes
sostienen que los cyborg ya consideran al cuerpo como obsoleto.
Dos
bloques de resina, pues, contienen a Barbie y Ken tal y como se encuentran
algunos fósiles. La peculiaridad de los de Flanagan es que están
mutilados. ¿Eros y muerte? El cuerpo, que tendría que
ser el asiento de la vida y el capaz de trasmitir la idea de vida, aparece
atravesado por la pulsión de muerte (tanatos). En tanto el cuerpo
es el sostén de la identidad, debiera inferirse que un cuerpo
mutilado deriva en identidades también mutiladas o fragmentadas.
Pero, ¿a qué apunta la artista presentificando esos cuerpos
mutilados? ¿Quizá sea una invitación a que el espectador
reconstruya mentalmente al hombre a partir de los fragmentos?
También
puede pensarse que apunta a simbolizar una sociedad que no le da al
hombre un espacio, un lugar específico, y ello le impide lograr
su subjetivización. Al no poder constituirse en sujeto, con lugar
propio, con deseo propio, el ser humano en la sociedad actual queda
sumergido en la condición de objeto.
Hay
algo más, aún. Cuerpos mutilados y desmembrados, producto
de disecciones, de desintegraciones corporales. (Dinos y Jake Chapman
trabajan con fragmentos de maniquíes de tamaño natural.)
Fragmentos muertos y congelados, provocan en el espectador la angustia
de fragmentación, de convertirse en pedazos, pedazos intercambiables,
como los repuestos de automóviles. Flanagan deposita las partes
desmembradas de sus figuras, las exhibe y ofrece en bandejas descartables,
dentro de freezers, en un espacio de arte que acaso pudiera metaforizar
los supermercados del futuro. Las partes del otro son presentadas como
objeto de consumo y no con el estatuto de sujeto. Aquí se plantea
el uso del otro, con el mismo distanciamiento y la misma indiferencia
con que están disponibles quesos y helados.
La
muñeca es inanimada, ¿sirve, entonces, como símbolo
del lugar del ser humano en la sociedad actual? ¿Denuncia social?
McLuhan llega a afirmar que uno de los tantos aspectos de nuestra
dinámica cultural de partes sustituibles da coraje
a aquella extraña disociación del sexo, no sólo
de la persona humana, sino también de la unidad del cuerpo.
Hoy por hoy, el otro es visto como parcial, y no como totalidad. De
ello sería ejemplo el cuerpo despiezado. El fragmento induce
a pensar el resto del cuerpo e intensifica la presencia de lo que él
aísla. Sartre nos ha enseñado cuanta náusea puede
emanar de la visión fragmentaria. Pero estos fragmentos, Florencia
Flanagan jamás los presenta aislados. Así no puede nacer
un deseo excesivo fundado sobre un faltante irremediable.
La
tecnología cuestiona ideas antiguas sobre el cuerpo, vivimos
en un tiempo de monstruos artificiales en el que la forma humana parece
ser cada vez menos determinada, reducible a partes reemplazables, como
el CYBORG T 8000 de Terminator 2 que interpreta Schwarzenegger, o infinitamente
manipulable, como el metal líquido de la misma película.
(Mark Dery)
En
la realidad, los órganos aún aptos para los trasplantes
también se guardan en freezers. Se congela para conservar (el
semen, por ejemplo), para poder rearmar o reusar. Pero los freezers
de Flanagan, no almacenan, sino que hablan del congelamiento del ser
humano, del congelamiento de sus afectos. Las figuras suspendidas en
el espacio, podrían considerarse elementos de un espacio cósmico,
previos a la humanización, al registro humano. ¿Aludirá
a un estadio previo a su humanización? ¿Estará
advirtiendo acerca de una crisis de lo afectivo en la sociedad contemporánea?
Otras figuras carecen de rostro, carecen de identidad. ¿Podría
hablarse de un deslizamiento de la identidad biológica a la identidad
sintética, como se ha sugerido, consecuencia de un proceso de
mutación?
Pero
si el icono cuerpo establece relaciones estrechas con el cuerpo enfermo,
con el cuerpo social y también con el cuerpo erótico,
la acumulación de fragmentos corporales ¿puede provocar
una impresión erótica que permita considerarlos, a primera
vista, como himnos al placer del amor? Tal vez. Pero en el mundo que
propone Flanagan el deseo se encuentra congelado, porque también
está congelada su protagonista, Barbie. Entonces, ¿se
trataría de un mundo sin deseos, sin amor? Ni tanto. La cibercultura
teoriza acerca de la robocopulación: sexo por tecnología
igual a futuro. ¿El ser humano alienado de su cuerpo?
En
la tecnocultura, el cuerpo es objeto de manipulación genética
y de cirugía plástica (en su manifiesto El arte carnal
que ella encarna, la francesa Orlan sostiene: El Arte
Carnal no se interesa en el resultado plástico final, sino en
la operación-cirugía-performance y en el cuerpo modificado,
convertido en lugar de debate público).
No
es casual la presencia del espejo en la instalación. Según
Lacan, la fase del espejo hace surgir, retroactivamente, el fantasma
del cuerpo despedazado. Cuando alguien percibe su propia imagen especular,
la imagen que el espejo le devuelve genera la ilusión de una
unidad corporal que le falta y por consiguiente se identifica con esa
imagen y puede percibir una forma unificada, una gestalt. De una parte,
pues, la esfera espejada de Flanagan refleja los cuerpos fragmentados.
Por la otra, habilita a los propios espectadores a pasar de la fantasía
(pesadillesca) de cuerpos fragmentados a una forma unificada. En tanto
obra simbólica a partir de fragmentos acumulados, el espejo devuelve
al espectador la unidad ilusoria de la figura perdida.
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Angel Kalenberg es historiador y crítico de arte. Es director
del Museo de Artes Visuales de Montevideo, Uruguay