Tony Cragg en la caja blanca Hans T Sternudd* |
Enceguecidos por los reflejos de las blancas paredes toma un instante para que los ojos se acostumbren a la luz. La mirada se aclara y entonces aparecen grandes objetos esculturales, tendidos como quelonios varados sobre el pulido piso de madera. Misteriosos e incomprensibles, difíciles de clasificar como los ornitorrincos u otras anomalías biológicas. Otras esculturas se erigen a partir de colecciones de objetos, botellas colgadas en lo alto de una paráfrasis gigante en secadores de botella a lo Duchamp o montañas de objetos de vidrio insuflados y quebradizos. La caja blanca ha resucitado en el Salón De Arte de Malmoe desde las cenizas después de la exposición de Peter Greeneway Flying over Water (Volando sobre agua) recientemente este año (ver el artículo en Puente Cultural 2000 Heterogénesis, enero del 2001) el espacio expositor modernista tardío de Klas Anshelm ha pasado por una renovación abarcadora después del circo de experiencia greenewayano.
Tony Cragg, uno de los escultores más connotados de las últimas décadas, en sus recientes esculturas se ha (la exposición contiene obras de las recientes décadas) interesado más y más por la dimensión material. Cragg dice querer crear objetos donde la superficie funcione como una entrada a la materia, no como una frontera, un impedimento junto al cual lo ilusorio hace un alto o donde lo material es solamente un portador de la expresión. La capa externa debe corresponder a la índole interior del objeto, quiere decir Cragg y semeja un eco de la divisa funcionalista: «la forma sigue a la función.»
Pero no son objetos funcionales los que Cragg produce, al contrario, en el arte encuentran los objetos disfuncionales su lugar, dice él. En el mundo del cubo blanco, en la contemplación desinteresada de la estética kantiana puede nacer un nuevo idioma. «¿Por qué es tan importante encontrar un nuevo idioma?» se pregunta retóricamente, Cragg, en el catálogo que acompaña a la exposición. «Porque el idioma hablado que usamos cotidianamente empieza a parecernos gastado, vacío, limitado al utilitarismo banal, dirigido por el mercado y otros sistemas de poder.» 1 Por supuesto que uno reconoce aquí la retórica modernista sobre el arte puro y elevado. sin embargo la exposición se siente sorprendentemente fresca. La amorfa Scretions (1995) (traducible como Xcreción) con sus rasgos surrealísticos y referencias a la obra de H. Moor está construida con miles de dados blancos. Las pequeñas unidades blancas crean una forma que sorprende en su apariencia orgánica, su superficie sensual y contemporánea monu-mentalidad. Si uno no apreciaba el sin sentido calculado de Greenewy, la exposición de Cragg no parece tonta. Es como salir a la luz de la noche estival tras un film de terror, a un espacio sobrenatural donde el olor a cadáver ya ha sido ventilado. Vislumbrar de nuevo el objeto en un aire difuso, saciado por las pequeñas partículas desprendidas de las esculturas que han sido arrastradas por el local. Si uno escucha con atención descubre que el silencio esconde una cantidad de sonidos, el frágil penetrante sonido de vidrio contra vidrio o raspaduras de yeso que fueron arrastrados por el suelo de madera (que las huellas blancas también testifican). No los tonos aterciopelados de la escala pitagórica sino bulla, ruido, el sonido sucio sin sentido, producido por los objetos inútiles, que no tienen función, pero que deben quizás tener existencia de todas maneras. Cragg no necesita de todos los medios expresivos del cine, grandes parlantes y computadoras para llenar el Salón de Arte con una composición sonora y visual. De muchas maneras una exposición clásica que desemboca en la revancha del arte puro y reclama su lugar como uno de los tantos mundos ideales tras el modernismo.
Hans T Sternudd es artista performático e historiador y crítico de arte
Traducción del sueco: Rubén Aguilera
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