La Belleza del consumidor



Peter Svensson*



«Oh mundo bello»

Una mañana el filósofo analítico y lógico Bertrand Russell, luego de despertar con una sonrisa, contó a su esposa un sueño maravilloso que acababa de tener. Le contó que en su sueño estaba caminando en un mundo de orden y lógica perfectos, todo hecho en hielo, ángulos rectos y líneas que constituían para él la más bella imagen del mundo.

En tanto que el ideal estético hace cien años era un mundo matemático y lógico perfecto, el sueño del mundo perfecto en la sociedad contemporánea, supongo puede ser encontrado en el capitalismo global. El capitalismo global y sin restriccciones, que incluye el mercado salvaje, es fuertemente proclamado en el bien extendido discurso neo-liberal en concordancia con las premisas de que el salvador del mundo es contingente con la liberación del mercado global, el laisses faire de mano invisible. El neo-liberalismo, de acuerdo a un número de comentaristas del asunto social, es el «ismo» vitoreado de nuestros días. Esto es, en palabras del sociólogo francés Pierre Bourdieu, caracterizado por:

«/.../ el retorno a un tipo de capitalismo radical, sin otra ley que la de la ganancia máxima, un capitalismo sin tapujos, racionalizado, llevado a los límites de su eficacia económica por la introducción de formas modernas de dominio, tales como la «administración de empresas» y técnicas de manipulación, como investigación de mercado y publicidad.» (Bourdieu, 1998:35)

El capitalismo es, en mucho, la bella creación de la sociedad moderna occidental, elemento esencial y fase del desarrollo que lleva a un mundo libre y democrático. El libre mercado es, en consecuencia (en los medios de comunicación, en el debate político etc.) retratado como el camino que lleva a la felicidad y a la libertad.


El bello consumidor

En este mundo, el sujeto consumidor ha llegado a asumir un rol consecuente. En una sociedad capitalista en donde el libre mercado es asumido como de importancia, la producción debe encontrar receptores, y éstos son denominados «el con-sumidor». En el vocabulario neo-liberal el consumidor es la fuerza y razón tras la existencia de la producción; es a través del consumidor, en el mercado que tiene lugar la libre elección y los productores no competitivos se diferencian de los que lo son. La cualidad estética de la sociedad capitalista tal como es descrita por los narradores neo-liberales, crea, pienso, un aún mayormente más bello objeto consumidor, un homo consumis provisto de una serie de bellos rasgos y características.

Entonces, ¿dónde está la belleza del consumidor?
Primero, el consumidor es un representante suntuoso de la belleza contemporánea en la cual él/ella es el arquetipo de la persona libre y soberana. Aquello que se inició en 1789, con la Revolución Francesa, seguido por la emergencia de la nación occidental moderna libre y democrática, puede ser visualizado en la creación del Homo consumis, evidencia concreta de progreso en la sociedad moderna y la democracia. El hombre consumidor aparenta ser, la corona de la evolución de la sociedad moderna, la especie primaria y fruto magnífico de desviación perpetua del dominio de reyes, reinas y la iglesia. Durante los ochenta y las revoluciones de la Europa oriental el libre consumidor llegó a ser símbolo de la sociedad libre. Poder consumir una hamburguesa de MacDonald llegó a ser la mayor señal de desarrollo social y cultural. Es más, la emancipación de la opresión fue presentada extensamente como resultado del derecho a la consumición. Un mundo maravilloso, así, contenía la belleza del consumidor y la libertad de consumir.

Segundo, el consumidor es bello si éste o ésta son poseedores de la razón pura y guiados por una forma racional en la toma de decisiones. El sueño del hombre racional de la ilustración ha sido en esta forma y hasta cierto punto realizado y personificado en el Homo consumis.

Tercero, en un mundo de libre(s) mercado(s) el consumidor juega el papel crucial de juez máximo respecto a lo que los productores han de sacar al mercado y de aquello que está condenado a fenecer. Las razones tras el acto de consumir o no, afectan la capacidad de juzgamiento. El consumidor representa, por así decirlo, la fuerza evolucionaria que incesantemente descalifica y se deshace de los indeseados productores.


Reflexiones: Las manchas horribles

De todas formas y a lo mejor posiblemente, el cuadro de algún modo irónicamente delineado anteriormente no deja de tener sus bemoles. En otras palabras: la belleza del consumidor no deja de tener sus horribles manchas.

La libertad y el derecho a la consumición bien puede ser considerado como una demanda compulsiva impuesta sobre el hombre moderno. Ser consumidor no puede ser otra cosa que algo bello; es una obligación en términos éticos y existenciales al presentarse como la única forma de ser alguien. En Londres, donde resido por el momento, sólo se requiere de un recorrido mínimo para ver la gran cantidad de indigentes excluidos de la vida normal londinense. Lo son, no sólo por el hecho de carecer de una vivienda donde residir, sino también por su condición de creaturas callejeras no consumidoras.

En iguales circunstancias, como observaba John Stuart Mills, padre del liberalismo, la libertad de elegir la no-libertad como violación del liberalismo en igual forma es hoy la consumición en gran manera una no-libertad. La libertad de consumo es obligatoria y no negociable; la libertad está enmarcada en otra forma de prisión: la prisión de la libertad de consumición, si así se quisiese. Esta prisión representa para mí la fealdad del mundo capitalista y neo-liberal.

Traducción del inglés: Jorge Angel


Obra referida
Bourdieu, P (1998): Acts of Resistance: Against the New Myths of our Time, Polity Press, Cambridge.





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