La utopía de la globalización


Silvio De Gracia c/o Hotel DaDA


Desde que Ray Johnson, reconocido como su padre oficial, le dio origen con los envíos de sus “moticos”, el Arte Correo creció y evolucionó hasta convertirse en el mayor movimiento que jamás se ha visto en la Historia del Arte. Ningún otro movimiento ha tenido nunca un número casi incalculable de participantes en todo el mundo ni ha mostrado dentro de su seno tanta riqueza de debates y polémicas. Sin duda fue el principio de la participación democrática que vino a legitimar la idea de que toda persona es potencialmente creativa, lo que hizo que se propagara por el mundo como un virus. Pero a la introducción de la más pura democracia en el arte hay que agregarle una serie de principios, que supo heredar de otros movimientos, y que también ejercieron una poderosa seducción para todos aquellos que sentían que las puertas del “Arte con mayúscula” les estaban vedadas. Principios sumamente dadaístas como el rechazo de la sujeción a las reglas en la creación artística, la oposición al mercado del arte y hasta la negación de las mismísimas categorías “arte” y “artista”.

El Arte Correo evolucionó durante más de cinco décadas y ha logrado sobrevivir casi inalterable en sus principios y en su espíritu. Pero nadie ignora, y así lo demuestran cantidad de ensayos y artículos, que también persiste el temor a la institucionalización. Naturalmente ha habido un desgaste y pareciera que el Arte Correo se conformara sólo con sobrevivir. Pero mientras más mail-artistas estén de acuerdo con la idea de que sólo importa sobrevivir el Arte Correo estará más y más amenazado. No es suficiente que el Arte Correo sobreviva, es preciso que viva.

La actualidad del Arte Correo nos muestra una serie de aspectos que lo amenazan más seriamente que nunca antes. No es una exageración. En primer lugar, se podría asegurar que la tan comentada y exaltada participación democrática ha terminado por revelarse como uno de los factores más peligrosos para su suerte futura. Cada vez más personas ingresan al Arte Correo, pero la mayoría de ellas no llegan a comprometerse y sólo esperan obtener ventajas de él. Nadie ignora que los recién llegados se entusiasman al ver sus nombres en la documentación y al exponer en los más diversos lugares alrededor del mundo. ¿Pero cuántos de estos “mail-artistas de fin de semana” llegan a comprender realmente lo que están haciendo? ¿Cuántos de ellos logran desprenderse del encantamiento inicial y continuar dentro del movimiento hasta lograr aprehender su verdadero espíritu? Las respuestas a estas preguntas pueden ser desalentadoras.

 

Otro factor negativo que marca el desgaste o la corrupción del Arte Correo es la proliferación de convocatorias organizadas por museos y galerías, y, lo que es peor, por artistas que sólo pretenden utilizar al Arte Correo como una forma más de difundir sus prácticas artísticas, desconociendo sus presupuestos más elementales. La contradicción que hay en todo esto es notable. Pero el cuestionamiento respecto a las convocatorias va más allá. Si bien cualquier tema es válido para propiciar el intercambio y la amistad entre los mail-artistas, parece ser cada vez más evidente que se prefieren temas triviales y hasta ridículos. En Europa, sobre todo, lo que realmente parece importar es contar con catálogos voluminosos y de excelente calidad de impresión, aunque los temas de las convocatorias estén absolutamente en las antípodas del contenido más crítico y humanitario del Arte Correo. Hay excepciones claro. Pero no bastan para desmentir que el desgaste del Arte Correo en el Viejo Mundo es manifiesto y que se verifica una desconceptualización del movimiento.

La institucionalización ya resulta ser un fantasma cada vez más corpóreo. Hoy muchos mail-artistas coquetean demasiado con el sistema y corren serio riesgo de terminar claudicando ante él. Han perdido la utopía y tampoco se preocupan por señalar a los recién llegados que el Arte Correo no es sólo algo divertido o curioso, o un medio más para entretejer un atractivo currículo de artista. La situación es clara y sumamente peligrosa. Si alguien no se interesa por defender el espíritu original del Arte Correo, este espíritu se perderá. El Arte Correo continuará, al igual que continuará la Eternal Network de Robert Filliou, pero será un Arte Correo vaciado de todo contenido.

Nos toca preguntarnos qué es lo que esperamos del Arte Correo. No podemos seguir respondiendo a cuanta convocatoria nos sea posible, sin detenernos a pensar qué es lo que estamos haciendo o porqué lo estamos haciendo. Si realmente creemos en la potencia inigualable del movimiento y en la preservación de sus principios, no podemos mantener una posición ambigua. Es preciso que nos planteemos el desafío de redefinir nuestro quehacer de mail-artistas y a la vez resignificar el Arte Correo.

Todos los movimientos se desgastan, envejecen y se institucionalizan. Esto es inevitable. Y sin embargo, el Arte Correo lo ha evitado durante décadas. ¿Cuánto más tiempo podrá hacerlo? No mucho si no hacemos algo al respecto. El Arte Correo nació pleno de utopía y de humanismo, y cimentó una tradición de valores como la tolerancia, la solidaridad, la amistad, la paz y la justicia. Actuó como arte contestatario y político y sirvió como canal de expresión testimonial de artistas que vivían bajo regímenes antidemocráticos. ¿Ha quedado algo de todo esto? ¿O el vendaval posmodernista que borró todas las utopías borró también la del Arte Correo? ¿Siguen los artistas comprometidos con las grandes luchas y los valores que en un principio los conmovieron o se han perdido en la tarea de construir sus respectivas trayectorias a costa del Arte Correo? Cada uno tiene su respuesta. Y no importa mucho lamentarse por lo que no puede recuperarse.

Nos toca a los que aún pensamos el Arte Correo con la utopía del principio rescatarlo y conducirlo en una nueva dirección. No podemos dejar que el movimiento pierda toda su energía y su esencia para convertirse en una mera moda, en un hobby, o en una “disciplina” artística más. Debemos reinventar el Arte Correo y darle una nueva vitalidad o resignarnos a que perezca. Creo que el Arte Correo tiene su horizonte futuro en asumirse como arte político y conceptual y ocupar espacios que el “arte oficializado” no puede ocupar o no se interesa en ocupar. Claro que cuando hablo de arte político no hablo de arte politizado o ideologizado. Hablo de una postura crítica y de denuncia ante las realidades que no pueden permanecer ajenas al discurso del arte. Hablo de recuperar el sentido crítico del arte.

Si el Arte Correo ya no se propone denunciar y atacar las injusticias que se le asestan al mundo, ya no vale la pena seguir en él. Si el Arte Correo pierde su humanismo y ya no se preocupa más que por catálogos y exhibiciones en museos y galerías, ya no tiene ningún contenido que lo haga diferente a cualquier otra práctica artística. Debemos volver a globalizar la gran utopía que encierra el Arte Correo. Debemos oponer nuestra utopía a la globalización del desencanto, la indiferencia, la deshumanización y el atropello de los poderes políticos y económicos que no quieren dejarnos espacios para la creación y la libertad.

No estamos en una meseta, estamos en una pendiente. O caemos o nos remontamos. O nos entregamos a la hegemonía del no compromiso y la indiferencia, vaciamos de contenido al Arte Correo y no luchamos más que por nuestro propio proyecto individual. O nos comprometemos con la utopía y seguimos intentando que el Arte Correo mejore el mundo globalizando la amistad, la paz y la solidaridad entre los hombres.