Arte. Política y Comunicación en el siglo XXI

Elías Adasme*



Pabro Picasso: Guernica, 1937


Si alguna enseñanza relevante nos deja el polifacético siglo XX, en términos de una evolución lineal del pensamiento* y su proyección en los distintos ámbitos de la actividad humana, ésta es la ineludible certeza de que toda «expresión artística», constituye de por sí, un «acto político». Principio acuñado y reafirmado por Picasso a través de su obra, pero específicamente en su monumental Guernica de 1937, nos evidencia que la relación artista-sociedad nunca ha estado completamente enajenada, sino que, por el contrario, al pasar del tiempo, ha ido estrechándose cada vez más con el protagonismo ingente de los artistas en cuestiones públicas, por un lado, y por el advenimiento de nuevas formas de comunicación y de difusión de la labor creativa, por otro, lo que posibilita enormemente en nuestros días, la irrupción de un tipo de arte con claros y definidos matices políticos.

Quizás primero debiéramos aclarar que esta relación arte-política ya venía fraguándose desde el siglo XVI cuando el artista rompe con la «dogmatización religiosa» de su trabajo y adviene en nuevos contenidos con un claro sentido humanista y social. Si la pintura de caballete fue la aportación cultural que la revolución burguesa nos legara en ese entonces, aún cuando ello se reduzca a una mera identificación del concepto arte con artificio, fueron las ideas renovadoras de un Erasmo de Rotterdam o la prosa de un Dante Aligheri las que imprimieron un nuevo carácter a la producción visual de los artistas de la época. Para los efectos de un orden cronológico, podemos afirmar que el Renacimiento marca el inicio de una de las etapas más comprometidas del arte y los artistas para con su contexto inmediato. Un contexto en que el hombre, liberado del determinismo dogmático que imponía autoritariamente la Iglesia, ocupa ahora el centro del universo, cuestionando su propio hacer y/o valorándolo en relación a sus congéneres.Y eso es hacer política.

Más adelante, a fines del XVIII y principios del XIX son las ideas de la Ilustración las que toman forma en un cuerpo ideológico que «destrona» literalmente al retrógrado sistema monárquico, gatillando eventos políticos como la Revolución francesa y las guerras de independencia en las colonias americanas. La Declaración de los Derechos del Hombre viene a ser la piedra angular en la construcción de una sociedad que pugna por ejercer un valor recién conquistado: la libertad. Así, poco a poco se van trazando los vectores por los cuales el nuevo hombre quiere regir su destino. Cuando se le increpa a Goya por «pintar esas atrocidades» (refiriéndose a su serie de grabados Los desastres de la guerra, éste responde: «para decirle eternamente a los hombres, que no sean bárbaros». Un claro ejemplo del ideal libertario a que aspiraba la Ilustración y una señal irrefuta-ble de los principios de la modernidad.

Pero volviendo al siglo XX, son las denominadas vanguardias de principios y mediados de la centuria, en concomitancia con una serie de hechos históricos, las que constituyen el aliciente básico para un mayor nivel participativo de los artistas al interior de la sociedad, además de generar nuevas instancias para asumir la práctica artística. El lema de «todo hombre artista» de los surrealistas encierra en todo su dramatismo, la intención de un cambio revolucionario de mentalidad y de una sustitución de las estructuras sociales existentes por otras que -aunque no definidas en su totalidad- sí apuntan a un bienestar común. Por eso muchos de ellos abrazaron el socialismo como soporte a sus aspiraciones. En la España de la Guerra Civil, artistas y poetas repartían su trabajo en las trincheras. En América, el muralismo mexicano definía el perfil con que muchos artistas latinoamericanos cimentarían su posición política dentro de su quehacer artístico.

Los sesenta fue una época de radicalización en todos los terrenos. Y el Arte tuvo su segundo momento de vanguardia plantando las banderas de la imaginación al salirse del soporte tradicional con performances, hapennings, instalaciones, video-art y el mail art, que además de propuestas visuales eran también propuestas políticas. Embuidos de la consigna «la imaginación al poder» los jóvenes de mayo del 68 y los que les siguieron, expanden el arte hacia lenguajes multidisciplinarios y multimedia. Fenómeno que prosigue hasta nuestros días en que la Internet y la revolución de las comunicaciones obliga a redefinir el terreno donde lo político y lo artístico puedan convivir sanamente para eterna gracia de los humanos que las conciben. Y esto es terreno fértil para innovadoras propuestas político-creativas.

La fusión tan utópicamente anhelada de arte y política salta a la vista. Los artistas del siglo XXI tendrán una serie de recursos mediáticos que ya hubieran querido tener sus antecesores de la centuria. Hemos visto -como afirmáramos al principio- un acercamiento entre las labores del creador artístico y las del político, (entendiendo el ser político en su mejor acepción). Recordemos aquella definición de política como «el arte de gobernar» y que se resumiría en una especie de artista «militante agitador cultural». Rol que nace del contacto del artista con sus conocimientos y del artista con la fuente de sus conocimientos, o sea su entorno. Al disponer de un circuito de información y difusión de su trabajo, no hay excusa para evadir la reponsabilidad política de un creador... sobretodo a la hora de representar dignamente el tiempo histórico en que vive.

Ya no ser el tiempo en que los artistas hablen de política en trasnochadas reuniones de bohemia. No. Ser el tiempo en que los artistas «hagan política artística» con una amplia batería de recursos al servicio de su imaginación. Y eso, constituye de por sí, un acto político. También está la gran ventaja de una sociedad civil que ha ido conquistando nuevos espacios de expresión que antes eran mediatizados por los partidos políticos tradicionales. Tal parece que éstos han sido superados por distintos estamentos sociales o «grupos de acción», que son los verdaderos protagonistas en el terreno de la política del nuevo siglo.

Ahí es donde el artista debe generar y coordinar su trabajo. Causas como la abolición de la Pena de Muerte, por ejemplo, la desmilitarización de los conflictos entre países, o la lucha por superar las condiciones de vida de tal o cual comunidad, entre otros, son los escenarios ideales para la construcción de una nueva cultura... y por ende de una mejor sociedad. El vapuleado fenómeno de la globalización tiene su contrapeso justamente en su genésis tecnológica. A la imposición unilateral de patrones culturales de sociedades hiperdesarrolladas, (la McDonalización del planeta), la sociedad civil responde estableciendo circuitos creativos de comunicación, cadenas de denuncia y solidaridad que buscan afirmar una identidad, reivindicar un derecho, solucionar problemas puntuales, o sencillamente ejercer el poder político desde la base. Curioso fenómeno este de la comunicación, ya que también «globaliza» la lucha por objetivos comunes, m s all de las fronteras.

Quisiera terminar con un párrafo de una carta que me hiciera llegar Clemente Padín hace un tiempo atrás donde justamente enfatiza en la función de las nuevas tecnologías de comunicación en relación al arte:

En la marcha aprendemos a usar este riquísimo instrumento de comunicación y lo ponemos al servicio de nuestras causas. No otra cosa hemos venido haciendo desde siempre: en tanto los medios de comunicación, de todas las épocas y lugares, se disponen para el control y la manipulación de la gente a través del ocultamiento o la banalización de la información; el artista le devuelve su verdadera naturaleza. Verdadero milagro: de instrumento de sujección de los pueblos a instrumento de denuncia y lucha por nuestros derechos. Cuando todos los medios, incluyendo el Internet, creados por la tecnología para ponerse al servicio del poder, parecen controlar las augustas aspiraciones del hombre a una vida digna y justa, allí les damos vuelta como a un guante y los ponemos a nuestro servicio. ¿No es ésta acaso la enseñanza de los zapatistas que al introducir el Internet como un arma más en la defensa de sus derechos, no hicieron otra cosa que maniatar al poder haciendo entrar en la lid la fuerza de la opinión mundial?

La instancia histórica obliga. No hay duda. Toda expresión artística es un acto político.

*Elías Adasme es artista visual

** Utilizo el término «evolución lineal del pensamiento» sólo como una comodidad dentro del análisis estructural, y no como una referencia cronológica.






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