Casablanca
Lectura sociopolítica de un film



Angel Rodríguez Kauth



Dentro de las artes visuales, la cinematografía se ha ganado un lugar, un lugar de reconocimiento a nivel de la consideración del gran público. Sería, en el decir de Bourdieu (1979, 1980, 1992), -y dicho con absoluta libertad e irresponsabilidad acerca de sus expresiones originales- la oposición contemporánea al arte «exquisito» que dominó por siglos en el espacio de las artes visuales (Rodriguez Kauth, 1999). Kant no tuvo la oportunidad de conocer el testimonio artístico de la cinematografía, pero aventuro la hipótesis (¿puede ser llamada tal?) de que si lo hubiese conocido lo execraría como una expresión bastarda del arte. Fuera cual fuera la posición de Kant, lo innegable es que en la actualidad las imágenes cinematográficas son apetecidas por buena parte de la población y que las mismas tienen una influencia política y social desusada para cualquier otra forma artística -de tipo visual- que se conozca con anterioridad.

El cine, al igual que cualquier otra expresión del arte de cualquier época, no es ajeno a las influencias de la política y, más particularmente de las ideologías. Sin dudas que es bajo los regímenes totalitarios (Arendt, 1951) en que la influencia política se hace sentir con todo el peso de los aparatos partidarios, pero no es menos cierto que en situaciones de vida no totalitarias, los gobiernos hacen llegar su influencia a través de los aparatos ideológicos del Estado, tal como definiera el politólogo italiano Gramsci (1949) -entre otros variados instrumentos- a los medios de comunicación masivos.

Dentro del amplio repertorio de películas exhibidas durante el Siglo XX, me he visto en la obligación de elegir una sola para el propósito de escribir estas líneas. Y al respecto no titubeé un instante; del largo hilo de películas italianas, francesas, británicas y hasta rusas, preferí volcarme al comercial cine de Hollywood y rescatar una vieja cinta con más de medio siglo de historia. Se trata de Casablanca, protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman bajo la dirección de M. Curtiz y con libro escrito por M. Burnett y J.Alison, rodada enteramente en California y ambientada en 1941 bajo la Francia no ocupada por los nazis. En estudio se pretendió hacer una reproducción de una población en Marruecos ubicada sobre la costa del Océano Atlántico, que lleva el nombre que le da el título a la película. Pero el lugar es lo de menos, bien pudo haber sido filmada en cualquier parte del mundo donde las utopías estuvieran vigentes.

Sin embargo, este no es el lugar para hacer una crítica cinematográfica de una película; en todo caso, lo que rescato del film son los posibles valores que el mismo presenta desde una lectura psicopolítica. No es casual, Casablanca fue elegida por los críticos de arte cinematográfico -nucleados en el American Film Institute, a mediados del último año del milenio pasado- como una de las cinco mejores películas exhibidas del siglo que acaba de pasar, a la par que distinguió a H. Bogart como el mejor actor cinematográfico del siglo XX. ¿Y qué tuvo Casablanca para merecer tal consideración? Eso es lo que trataré de desentrañar en lo que sigue de este escrito.

Casablanca es una película que es «más vieja que la injusticia». La primera vez que la vi fue hace más de 45 años cuando sólo tendría unos diez. En aquel momento me pareció sensacional... y en las sucesivas puestas en pantalla me sigue emocionando, quizás con diferente intensidad y dirección, pero continúa produciéndome un especial escozor de la piel. Va pasando el tiempo y la misma película se sigue representando en todo el mundo. El original del film era en blanco y negro, después de unos años, el avance de la tecnología la ha coloreado, pero eso no ha hecho que pierda un ápice de su valor.1

Lo que pretendo a continucación es leer el discurso de Casablanca dentro de dos órdenes sociales y políticos diferentes: uno instalado en el transcurso de la Segunda Gran Guerra (que es en la que se ambienta el film) y el otro es el del Nuevo Orden Internacional, con el consecuente fin de las ideologías y de la historia (Fukuyama, 1989). Para el primer momento que es el de su ambientación y también el de su filmación, la película cumple con sus objetivos de llenar un espacio -con clientela en cualquier momento y lugar- el cual es el de la sensibilidad romántica, casi rayando en lo sensiblero lacrimógeno. En la misma están presentes todos los condimentos para despertar la atención del espectador: se tejen tramas de intrigas, amor y suspenso, ¿algo más hace falta? Una mujer -Ingrid Bergman, bellísima y talentosa, como siempre lo fue- con dos amores, en el cual la trama lleva a que la infiel no solamente no sea condenada ni anatemizada como perversa, sino que hasta incluso sea apreciada por los espectadores, independientemente de su género.

También la película cumple con el objetivo propuesto por sus mentores ideológicos, cual era el de exaltar el patriotismo de lo que se conoce como los aspectos psicológicos del «esfuerzo de guerra» y, si bien lo norteamericano -país de origen del film- no está presente de modo sistemático durante el desarrollo del film, no es posible olvidar que, hay dichos en off -al iniciarse la cinta- que recuerdan que el Mundo Libre es sinónimo de EE. UU. Asimismo, no en vano el Bar Rick's presenta en su marquesina luminosa un subtitulo de «Café Americano». Pero al margen de tal detalle poco simpático y que puede ser considerado hasta grosero por lo descabellado de su presencia; es preciso recordar que en la escena final, con Rick y el Capitán Renault -Prefecto de la Policía francesa- caminando hacia el inmenso desierto de arena que los rodea, me atrevo a afirmar que es una visión paradigmática. Ellos saben que están condenados, han abandonado sus respectivas vidas de placer, ganancias y una relativa seguridad en aras de haber cumplido con un cometido utópico: cual es el de haber puesto su grano de arena -valga la paradoja, cuando estaban rodeados del desierto norafricano- en una lucha trascendente, una lucha que va más allá de la mera especulación individualista y egoísta, han puesto sus vidas al servicio de un interés político... y entonces tiene lugar el surgimiento de una sincera amistad.

La película cumple cabalmente con su propósito de mostrar cuanta maldad y perversidad había -y sigue habiendo- en los nazis, como por ejemplo a los pocos minutos de iniciada una razzia de soldados alemanes que arrestan a «refugiados y liberales» que vivían en la zona. La imagen icónica de un avión sobrevolando la localidad y observado anhelante por los europeos que procuran escapar de ahí, simboliza la única posibilidad de fuga hacia la libertad. Pero por sobre todo, la película alcanza a conmocionar a la platea espectadora -o en la actualidad a los televidentes que la ven cómodamente instalados en la sala o el dormitorio de su vivienda- en cuanto presenta a dos hombres en pugna por una misma mujer, pero con diferentes ideales. Uno de ellos -Rick- solamente busca aparentemente vivir cómodo y dejar pasar el tiempo a su alrededor luego de un sentido fracaso sentimental con la fémina de la película -tiempo atrás- en el París que estaba siendo invadido por, precisamente, los nazis. El otro personaje, el marido de la Bergman en la película1, a su vez lucha por un ideal político de liberación contra la opresión nazi en Europa y sus enormes tentáculos que pretenden abarcar a todo el orbe.2 Sin embargo, ambos protagonistas masculinos terminan por conjugarse -al finalizar el film- en un solo ideal, que podría ser definido como altruista (Durkheim, 1899).

Hoy, en los inicios del tercer milenio, con la plena vigencia del «Fin de las Ideologías» sancionado por Fukuyama -y protocolizado por todos los gobernantes títeres del mundo que gozan de mantener «relaciones carnales» con los propietarios y mandantes del Nuevo Orden Internacional - que es el mismo sistema político que representa al neoconservadurismo económico y al intervencionismo político y militar. En este nuevo espacio de la cultura light es posible encontrarse con que Casablanca sigue llenando su doble cometido. Pareciera ser que el romanticismo -y hasta la pacatería sensiblera- fuesen categorías universales de tipo atemporal dentro de nuestra cultura occidental y cristiana3. Pero más allá de esa parte del contenido argumental del film, el espectador se encuentra sorpresivamente con que todavía existe gente -y no es poca- que se conmueve al escuchar los sones de La Marsellesa y que se identifica durante las primeras cuatro quintas partes de la película con el personaje que representa al marido de Ilsa, Víctor Laszlo. El simboliza, de la manera más sencilla posible y sin sutileza alguna, al héroe de la lucha contra el nazismo; al hombre que está dispuesto a sacrificar su propia vida por la libertad, valor que para él es la única forma de expresión histórica. Es la persona que sostiene sus ideales aún a costa de su vida y de la persecución y castigo impío que le aseguran los nazis. En cambio, Rick, es un tipo simpático -siempre considerándolo dentro de su cara de piedra, el «duro», pero que siente los embates de las fibras cardiacas mejor que un electrocardiógrafo- y que con su cinismo (dicho por su amigo Renault y no desmentido por él) juega al ajedrez y no bebe con los clientes. Ha sido capaz de hacerse odiar por el espectador desprevenido, el cual ignora el desenlace final por las características de duro que Rick representa -y que están personificadas siempre en los papeles que protagonizó Bogart- y que lo testimonia en esta película en cuanto a demostrar absoluta indiferencia por los sentimientos patrióticos y mucho más por todo lo que sea presentado como un valor ideológico.

El no tiene utopías, sólo tiene el propósito de llevar adelante una vida fácil, sin mayores problemas y ganando mucho dinero4; Rick aparece como un hombre con un apego exagerado por las cosas materiales de este mundo, un apego casi demoníaco. Sin embargo ese hombre duro, pétreo, frío, «sin corazón» si se quiere, materialista y egoísta, también puede cambiar, sacrifica al amor de su vida, entrega sus bienes por monedas, pero antes de venderlos se asegura que sus empleados continuarán trabajando en el lugar. En este caso, la película sería algo así como una epopeya moderna, donde el antihéroe se recupera y alcanza el nivel de heroísmo de aquel que lo representa en todo momento. Pareciera que el film pretende decirnos que todos podemos ser héroes. Lo cual no es poco.

* Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación Psicología Política, en la Facultad de Cuencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.

Notas
1 Asimismo, es preciso destacar que nadie se ha atrevido a hacer una remake de ella, como ha ocurrido con tantos éxitos cinematográficos de Hollywood.
2 Utopía, le dirían despectivamente algunos durante la postmodernidad (Rodríguez Kauth, 1997).
3 Occidental y cretina, como gustaba en llamarle el psicólogo y sacerdote Ignacio Martín-Baró, asesinado por los «escuadrones de la muerte» salvadoreños en 1989.
4 Lo cual no incluye hasta el uso de la ruleta tramposa en el bar de su propiedad, la que le servía no solamente para ganar más dinero, sino también para lograr hacer alguna que otra «obra de caridad».

Bibliografía
Arendt, H.: (1951) Los orígenes del totalitarismo. Alianza Editorial, Madrid, 1987.
Bourdieu, P.: (1979) La distinción. Ed. Taurus, Madrid, 1991.
--(1980) El sentido práctico. Ed. Taurus, Madrid, 1991.
--(1992) Las reglas del arte. Ed. Anagrama, Barcelona, 1995.
Fukuyama, F.: (1989) "¿El fin de la historia?". Babel, Bs. Aires, N° 14, 1990.
GramsciI, A.: (1949) La política y el Estado Moderno. Ed. Planeta, Barcelona, 1985.
Rodriguez Kauth, A. (1997) Lecturas y Estudios de Psicología Social Crítica. Bs. Aires, Espacio Editorial.
--(1999) "Sociología de la Estética, Sociología del Poder". Heterogénesis (Lund, Suecia), edición electrónica, Junio de 1999:
http://w1.461.telia.com/~u46103777/Textos/Ensayos/Kauth2.html


    






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