Arte y globalización

 

Fernando Martínez Agustoni*

Imágenes: Rulfo

El impacto de la globalización como proceso, la cognición del mundo perspectivada en este nuevo espacio entendido como espacio global y una reconsideración del arte en este escenario, nos llevan al redimensionamiento de las coordenadas de la actualidad, propendiendo a una nueva edición de nosotros mismos y por consiguiente de nuestro emplazamiento en el mundo.

La globalización se nos presenta en principio como proceso que indiscutiblemente se cierne sobre la actualidad, pero no obstante ello, me permito invitar al lector en estas líneas a tomar la debida distancia, trascendiendo esa connotación de hecho consumado, a fin de reconocer en tal noción, un modelo más, que pretende representar algo de lo que ocurre con nuestra cotidianeidad. Corresponde a una de las tantas anunciaciones, que se proponen dar explicación a una transformación, que en una concepción, que podríamos juzgar como negativa, es por momentos la clonación de un segmento de las condiciones de habitabilidad, que oficia de sustrato apto para el crecimiento de tendencias hegemónicas1 y que alcanza al común de la gente, sencillamente, como una experiencia vivencial de relativa trascendencia.

En tal sentido es importante hacer, antes que nada, la distinción entre globalización e imperialismo cultural. El proceso de globalización según O'Sullivan,2 resulta "... un concepto más complejo y totalizador y menos organizado y predecible en lo que a sus resultados se refiere".

La globalización como tal anuncia una transformación sobre la cual hay algo de lo que podemos tener certeza, y es que, a la hora de especular en relación a sus impactos, conlleva tanto un aspecto positivo por un lado, como otro impuro y negativo, lo que se pone de manifiesto, en una contraposición de discursos que ya nos es habitual.

A partir de esta mediación de discursos contrapuestos, fundamentalmente de este modo, ha operado la construcción de conocimiento, para acercar al ser humano a la comprensión del mundo, y poner algún sentido susceptible de interpretación a su alcance. En principio como dualidad, y luego mediante la coexistencia de formatos dialécticos con otros caracterizados por la diversidad o fragmentalidad, terminando finalmente en la asunción de una crisis de representación.

No obstante ello, impera una suerte de inercia representacional, que se resiste al vacío, como si se tratara de un simulador que habiendo cobrado vida propia, construye un mundo sin problemas de representabilidad. Esto le resulta posible, puesto que opera con una masa crítica de variables y operaciones que sólo satisfacen a un sujeto inherente.

La inherencia a un estado de cosas, como información sustancialmente proveniente de un oikos virtualmente emisor de una clase de subjetividad, aparece como atributo casi evidente de un sujeto eventualmente construido en un proceso de auto-eco-organización.3 Sujeto el cual, como todo constructo, es portador también del inevitable atributo o condición de corresponderle un afuera, así como también le corresponden aquellos intervalos o intersticios, imprescindibles espacios virtuales para ser habitados por la sustancia hipotética, articuladora de las relaciones inter-elementales propias de la lógica constructiva o estructural. Todos ellos partes de un espacio sustancialmente continuo, donde lo representable y lo no-representable conforman una misma unidad.

Ese afuera, esos espacios exentos de inherencia, configuran lo que hemos dado en llamar: una dimensión meta-subjetiva. Dimensión única, en la cual puede tener lugar el acontecimiento de lo nuevo, considerando igualmente como tal, la experiencia del yo, del sí mismo.
 
 


Aproximarnos a la concepción del mundo actual a través de la observación de aquellos discursos que gravitan en torno a una lógica de la globalización, en tanto modelo representacional del acontecimiento dominante en el mundo, o bien, por otra parte, aproximarnos a través de las versiones que la globalización, en tanto proceso, presenta en aquellos aspectos que vehiculizan la manifestación de las tendencias hegemónicas, resulta en cierto modo una gestión reduccionista. Esto es, una vez más y simplemente, en el sentido de abordar la realidad a través de un cierto encuadre, que como tal, recorta un definido fragmento del mundo, mientras otros aspectos quedan inevitablemente por fuera. Por otra parte, a fin de acentuar la pertinencia de las consideraciones a propósito del arte, el referido encuadre corresponde ni más ni menos, que a la versión conceptual, del viejo recorte que la práctica pictórica efectúa sobre el mundo, allá en los albores de la noción moderna de arte, bajo el dominio de la actitud repre-sentacional, como modelo de aprehensión del conocimiento, modelo del que la ciencia es accionista mayoritario y por ende administrador.


Considerados entonces estos aspectos previos, y en atención al paisaje configurado actualmente en relación con el sistema de las artes, la cuestión parece gravitar en torno a la naturaleza del conocimiento que el arte produce y a su potencial vehiculizador de la globalización. Nos cabe entonces, en principio, una reflexión acerca de cómo emplazamos al arte con relación al campo del conocimiento, en tanto nos persigue como un fantasma, la noción de que el arte requiere al menos, o se le atribuyen ciertas condiciones de textualidad, casi diría literalidad, para percibirse como conocimiento en sí. Esta noción se hace aprehensible si tomamos conciencia de que de algún modo comenzó a circular un arte conceptual con fuerte pretensión de sustitución del lenguaje en la segunda mitad del siglo XX, en muchos casos, a fin de sortear la represión de las dictaduras.


Retomando el concepto de encuadre, podemos decir, que el propio de una cultura, encierra aquello que ha sido traducido a una textualidad inherente a su orden. No es difícil percibir que dicho orden se soporta sobre la matriz del Arte. Previamente, parece importante la posibilidad de contar con los elementos que nos permitan discernir, a fin de encontrar al arte allí donde ha sido secuestrado o de encontrar la impostura, cuando por algo, éste, ha sido reemplazado. Esta posibilidad se funda, en principio, en que un hecho artístico podrá vincularse o articularse con algún discurso, pero para nada encontrarse subsumido a este último.

Por el contrario, parece sólo poder admitir explicarse como pulsión que nos re-envía al no-texto. No es sino a partir de su manifestación, de sus productos y acontecimientos, muchas veces, (tal vez la mayoría), de sus despojos formales, que se dispara la reflexión filosófica y comienza a concebirse la modelización del mundo, que las ciencias sociales han perseguido.

Puede recogerse en la producción de subjetividad la convergencia de tales procesos. Podría decirse también, en la construcción de un sujeto inherente a aquel encuadre.En términos cinematográficos, de acuerdo a Fellini, "... el poder del encuadre subyace, no en lo que encierra dentro de sí, sino más bien, en lo que deja afuera de sus límites..." A ese afuera, así como lo declara magistralmente Fellini, como al afuera de cualquier encuadre, se dirige la pulsión creadora del artista. Porque es en ese afuera donde opera el conjuro del arte, para dar lugar a un ser, cuya singularidad es su naturaleza experiencial. Que no es reflejo, sino vivencia. Un ser en el que lo ya visto coexiste con lo nunca visto.

Podríamos contraponer, la proyección del a priori de la autocomprensión, de quien acoge una obra, sobre ésta última, (análogamente, a lo que Paul Ricoeur propone para el texto), con lo que este mismo entiende como interpretación, ("...el proceso por el cual la revelación de nuevos modos de ser da al sujeto una nueva capacidad para conocerse a sí mismo..."). Este postulado sabemos que implica: una noción de apropiación, que prescinde de la intención del autor, de la comprensión del destinatario original y que se aproxima al concepto de Horizontverschmelzung5 de Gadamer. En el caso del arte, lo extraño susceptible de hacerse propio, para plantearlo en términos hermenéuticos, responde a un orden vivencial, acontecimiento que no es sino experiencia del sí mismo como mundo nuevo.

Es oportuno destacar , en lo que se refiere a consideraciones de orden epistemológico en torno al arte, que frente a una concepción de éste como disciplina autónoma, se contrapone la idea que le atribuye la condición de ubicuidad6, y finalmente su carácter ubicuo conduce inevitablemente a la percepción de que impregna en forma no explícita los fundamentos, los procesos y los productos de toda disciplina.

Algunas veces como actividad disciplinaria de frontera, otras simplemente víctima del secuestro por parte de otras disciplinas, (es el caso, por ejemplo, de la antropología visual), el arte provee aproximaciones pre-científicas que concurren a subsanar la problemática en torno a la representabilidad del mundo. Pero en tal caso, no a través de la mera representación, sino abriendo puertas a la experiencia.

En tanto la representación responde a cuestiones de orden y en definitiva de estructura, y al parecer el mundo se resiste a ser intercambiado7 por estructura alguna, es la experiencia del mundo la que promete aproximar al ser humano a su comprensión y no sin la experiencia del sí mismo. Una experiencia en definitiva meta-subjetiva. En lo que respecta al conocimiento, el arte siempre estuvo y estará antes de la primera palabra y después de la última. El arte, ese poder creador, como el conocimiento, no le pertenece al ser humano, (más bien el ser humano ha intentado representarlos), y es en la experiencia meta-subjetiva de la presencia, del sí mismo, donde es uno con ambos.    


El arte como representación, termina por revelar la no objetividad del mundo, su condición ilusoria, y sólo nos deja de sí, entonces, aquello que es presencia. Como la globalización se hace posible a expensas de la re-presentación y en tanto el arte deviene en presentación, en presencia, (o sea que aquella mentira parece haberse hecho verdad ) y en tanto la presencia es principio y fin de todas las cosas, más que un vehículo de la globalización, el arte, es su solvente, su plena resistencia.

*Fernando Martínez es profesor de la la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de La República, Montevideo, Uruguay

Notas:

1 Gramsci, A. Prison Ntebooks, lawrence & Wishart, Londres, 1971
2 Tim O'Sullivan, J. Hartley, D. Saunders, M. Montogomery & Fiske, Key: Concepts in Communication and Cultural Studies. Routledge, Londres 1995.
3 Morin, Edagar. La noción del sujeto. Artículo publicado en Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, por Dora Fried Schintman. Paidós, Buenos aires, 1998.
4 Ricoeur, Paul: Teoría de la interpretación, discurso y excedente de sentido. Siglo Veintiuno de España Editores, Madrid 1995.
5 Fusión de Horizontes (Gadamer según Ricoeur) "...el horizonte del mundo del lector se fusiona con el horizonte del mundo del escritor"
6
Menke, Christoph: Die Souveränität der Kunst: Ästhetische Erfahrung nach Adorno und Derrida, Suhrkamp Verlag Frnakfunrt am Main, 1991.
7 Baudrillard, Jean: L'Echange impossible. Éditions Galilée, París, 1999.


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