Heterogénesis - Revista de Artes Visuales - Tidskrift för Visuell Konst - Anno XI - Nr. 43 - Abril / April 2003

Clemente Padín

Reflexiones sobre el arte en la calle después del foro social mundial de Porto Alegre, 2003

En la discusión en torno al arte se afirma, muchas veces, que las prácticas que sirven de referencia al arte en la calle llevan a cabo una estetización de la política. Como sabemos las distintas áreas de la actividad humana están interrelacionadas y, nunca, es posible hallarlas en estado puro, es decir, en un acto político encontramos elementos políticos y, subsecuentemente, elementos sociales, estéticos, religiosos, etc. El arte en la calle no lleva a cabo una estetización de la política, sino que asume las instancias estéticas de la política e intenta dirigirlas en contra de sus creadores. Tampoco se afilia a ningún movimiento, sino que comporta una actitud respecto a la acción política.

La efectividad del arte en la calle, además de las condiciones locales, depende del clima político y las circunstancias sociales globales. Éstas determinan las condiciones generales de la comunicación social, bajo las cuales desarrolla la acción artística en relación directa con otros acontecimientos sociales paralelos.
El sistema de sociedad del capitalismo tardío, siempre modernizándose permanentemente a sí mismo, no necesita de la coacción directa o el terrorismo de Estado para mantener su dominio. El análisis crítico de las sociedades del capitalismo tardío realizado por Herbert Marcuse subraya que entre los fundamentos de las democracias burguesas representativas figura el de saber soportar y recuperar las opiniones discrepantes y las desviaciones culturales hasta un grado moderado de radicalidad. La crítica radical puede contribuir, en estas condiciones, a mantener una ficción liberal de diversidad plural, que no deja ver las estructuras institucionales jerárquicas y económicas desiguales (ideología). Por ello el arte en la calle no formula posiciones propias, sino que critica las reglas de juego aparentemente evidentes, normales y naturales, que determinan sin una represión abierta lo que está permitido y lo que no.

El arte en la calle identifica estas reglas al nivel de la gramática cultural, de las convenciones y de las normas convertidas en vinculantes de manera verbal o no verbal, y las ataca mediante intervenciones momentáneas, inesperadas y, en consecuencia, difícilmente reintegrables o reprimibles. Las acciones persiguen, por lo tanto, la deslegitimación de las normalidades aparentes. Allá donde las convenciones habituales aparecen como naturales y definitivas, nos remiten a su construcción social y nos muestran así también su carácter modificable. La opinión pública funciona, entre otras cosas, porque apenas se cuestionan las normas y reglas que fundamentan el sistema de relaciones sociales. Atacarlas y formular reglas de juego propias significa poner en cuestión la legitimidad del sistema.

El sistema sabe cómo absorber estos cuestionamientos. En la actualidad su fuerza se basa más en la integración de las propuestas subculturales o disidentes que en su represión. Esta capacidad de adaptación, sin embargo, también significa que los artistas en la calle sólo pueden funcionar si se cuestionan continuamente y analizan las condiciones sociales de cada momento para encontrar siempre nuevas posibilidades de intervención.

El arte en las calles es una forma molesta e irritante de traer al dominio público las contradicciones y anacronismos propios del sistema y opera como una “plausible guerrilla” en el sentido de que si bien su actividad es subversiva, no lo es tanto como para ser reprimimida por el aparato de contralor respectivo. Es, sin duda, una forma defensiva de práctica política, y hoy en día se deciden por ella pequeños grupos artísticos temporales que no pueden movilizar a las masas y que, por lo tanto, no tienen más remedio que desarrollar formas visibles de intervención pública con un esfuerzo mínimo valiéndose de todas las posibilidades que la lucha social le abre. Las acciones que así se realizan tampoco necesitan de masas para su realización, sino de grupos pequeños que actúen con decisión y conocimiento del contexto social. Lamentablemente, como nota negativa, se constata que estos grupos, precisamente por actuar al margen de directivas políticas o sociales expresas, son en sumo grado autónomos y, eso, los hace situarlos al margen de las masas, aunque no sea ese su deseo.

El arte en la calle puede hacer tambalearse, atacar y deslegitimar la naturalidad de las pretensiones de dominio y el supuesto orden natural del poder en la actual sociedad. Puede contribuir a abrir de nuevo el espacio en el que se articulen ideas discrepantes sobre las relaciones sociales e intervenir en procesos de discusión relevantes. Y, por toda otra consideración, se sitúan al margen de la institución capital de este sistema: el mercado (en este caso: el mercado del arte). Si realmente “el mensaje es el medio” entonces, por encima de los contenidos políticos o/y sociales del arte en la calle, lo que realmente trasmite es su irrenunciable voluntad a negarse todo lo que se oponga al armonioso de la humanidad.


(*) Clemente Padín es Licenciado en Literatura y artista performático

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