Il Cadavere Squisito

Texto: FA+ & Ivan Ivanissevich





Il Cadavere Squisito crea círculos en sí mismo, reverberancias que juegan con los ecos de lo pasajero y lo eterno, mutando a uno en otro. En sus círculos va emergiendo la obra como repetición diferenciada de cuerpo, gesto y rito. Sin embargo, esta vez la obra se expone radicalmente a un mundo que le es natural o culturalmente hostil: en ese mundo su destino final es el mejor testimonio de su santidad.

La idea de la obra que harían para la Bienal de Venecia surgió, precisamente, mientras le contaban a un amigo sobre Lucía-Lucía. Mitos basados en cuerpos reales, que van siendo consumidos hasta solo quedar migajas de lo que una vez fueron.

La donna di panne, como popularmente se la conoció, un cuerpo hecho enteramente de pan sería Venecia misma, una réplica de Venecia, una antigua dama, una santa, una reliquia, abandonada a su propia suerte a merced de las palomas, de los turistas y de los habitantes de Venecia.

Con esa idea se reunieron en Chiaravalle, un pequeño pueblo en las afueras de Milán cuyo nombre es también el de una antigua abadía benedictina, en el estudio del artista italiano Nicola Pellegrini.

La construcción de la escultura fue una odisea en sí misma, condimentada por el «color local» italiano. Comenzaron por hacer en el jardín de la casa una copia de yeso en negativo del cuerpo de Ingrid. Para conseguirlo la enyesaron completamente, cosa que atrajo la curiosidad de todos los vecinos del pueblo, quienes disimuladamente circulaban delante de la casa. Cuando por fin les explicaron el propósito de tan extraña conducta, todos quisieron ayudar y pasaban a diario para darles los restos de pan del día anterior.

Al pan duro molido lo mezclaron con huevo, agua y azúcar para hacer la masa con la que rellenaron la forma del cuerpo. La intención original era dejarlo secar al sol pero constataron que ello demandaría varios días, así que debieron cortar las formas en trozos para secarlas al horno. El calor del horno hizo que la masa se pegara a las paredes de las formas de yeso y tomara un tono tostado, igual al de las galletas de jengibre. Cuidadosamente despegaron los trozos y para unirlos los cosieron.

Con «La donna» en trozos en el maletero del coche partieron hacia Venecia el día anterior a la apertura de la Bienal.

En la isla de Giudecca terminaron de montarla sentada en una silla y desde allí iniciaron la procesión hasta San Marco, tomando el «vaporetto», subiendo y bajando puentes, cruzando pasajes y galerías hasta llegar a la plaza, en cuyo centro la depositaron mirando hacia la catedral, cuando las campanas daban las cinco. Allí la dejaron, como alguna reina olvidada con expresión serena y orgullosa, para que las palomas hicieran su «performance». Poco a poco se fueron acercando y como aves de rapiña comenzaron a picarla y comerla. Luego fue el turno de los turistas y curiosos quienes se dedicaron a arrancarle trozos como recuerdo y a sacarse fotos junto a ella. Así se iban turnando palomas y turistas cuando Falk, Aguerre y compañía dejaron Plaza San Marco, La donna y las palomas a su destino.

Tarde ya en Haigs, el bar «obligatorio» de la Bienal, todos hablaban de ella, de su belleza, de la dulzura que irradiaba, de su aroma. Los organizadores de la Bienal querían tenerla dentro de su espacio, alguien quería comprarla, pero eso contradecía las intenciones del proyecto. Además, ya era demasiado tarde.

A las tres de la mañana Gustavo e Ingrid volvieron a pasar por San Marco y sólo encuentran una pila de desechos. La donna estaba completamente destrozada al igual que la silla donde la habían dejado, lo que demostraba una violencia extrema. Más tarde se enteraron por testigos que un grupo de jóvenes venecianos la había atacado a patadas.

Buscando en la plaza encontraron un pie completo, medio del otro y una mano que recogieron cuidadosamente para llevarlas a Estocolmo. Allí se convertirían en Reliquias.

«La donna» era algo más que la corporización de la idea de un grupo de artistas. Desde su origen mismo es una obra pública (y no en el sentido tan conocido del término). Incorpora a la gente, al vecindario, en su propia creación. Esto no es tanto una habilidad de los artistas sino una demanda, un pedido del cuerpo mismo que se va gestando.


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