Litterae Tertii MIllennii

JUAN CARLOS PIÑEYRO



Vertientes
Juan Carlos Piñeyro



© 2002 Juan Carlos Piñeyro

Imagen de la portada: Patricio Aros
Diseño del libro: NAG Design Atelje
(Gabriela Müller Berg)

ISBN 91-89648-00-5



Orladas por la hermosa y elevada geografía de un continente en pugna con su historia, surgen de la pluma del autor estas Vertientes terrenales y plenas de esperanza que nos permiten acompañarlo en su viaje –al tiempo que observador, creador. Este copilotaje no nos permite olvidar de dónde procedemos, como tampoco hacia dónde nos dirigimos, en esta pugna en la cual somos tanto co-actores como co-escritores. Nos encontramos frente a vertientes poéticas de verdad tenaz que penetran el alma de un continente sagaz.Vertientes constituye la primera parte de un proyecto en el que su autor está trabajando a partir de cuadernos escritos en sus viajes por los Andes.

Juan Carlos Piñeyro nació en Montevideo, Uruguay en 1947. Radicado en Estocolmo, ciudad a la que llegó como asilado político en 1977. Ha sido cofundador de las revistas Comunidad, Hoy y Aquí y Exilien. La trilogía La máquina escindida (1983, 1986, 1990), Donde no hay ángeles (1999) y Andanzas (2002) son sus cinco poemarios (cuatro de ellos bilingües) editados hasta ahora. Su poesía se halla representada en las antologías Fueradefronteras. Escritores del exilio uruguayo (1984), 50 poetas latinoamericanos en Escandinavia (1990), Poeternas Estrad (1991), 8 Antologías personales. Poesía uruguaya en Suecia (1992), como asimismo en las publicaciones 90TAL (nro. 19), Liberación (30-8/96) y Heterogénesis (nro. 30).


Juan Carlos Piñeyro

 

Urubambeanos


1

Recodo en las alturas, aldea junto a la vía férrea, a orillas del Wilcanota, al que también llaman Urubamba y baja desde las cumbres para bañar los valles perdiéndose en la Amazonia. En Aguas Calientes su canto resuena en quebradas pobladas de Apus y leyendas. Y acompaña mi andar por la memoria de los Andes.

 

2

Leves se desprenden de los cerros, pero volverán en la tarde henchidas de húmeda transparencia para limpiar los tejados y saciar la sed de los hibiscos. Como en otros lugares, los niños de la aldea trabajan en improvisados merenderos, ofrecen guías al turista, o mordisquean duras galletas en la puerta de tiendas semivacías. Los he visto fatigados entre el polvo que traen y llevan los trenes del día, creciendo entre neblina y aromas de un paisaje amado pero ajeno. Los he visto saltando entre herrumbrosas vías, trepados a un vagón abandonado y en los charcos que deja la lluvia. Los he visto donde ríen y sueñan ser lo que nadie ha sido: mariposas despojadas y ateridas, ya se ciernen las tenazas del Imperio sobre sus diminutas espaldas ensombrecidas.